Estación de Penitencia 2007. La gélida noche de la Madrugá del Viernes Santo se apodera de los cuerpos de los miles de devotos de la Señora de Sevilla, lo que no impide que admiren con profunda y pasional devoción la belleza de Nuestra Esperanza. Las calles del barrio macareno están atestadas de público; desde el Arco hasta Resolana, desde Feria hasta el Duque. Y por supuesto, Carrera Oficial, Francos, Alemanes..., así hasta su regreso en la mañana, casi tarde, en la que la Señora regresa a su Basílica.
La bulla delante del palio es impresionante. En algunos momentos las fuerzas del orden, a quienes presto mi ayuda, son incapaces de controlar a la masa que intenta acercarse a los respiraderos. Todos quieren acariciar con las yemas de sus dedos, aunque sólo sea por un instante, los bordados de sus faldones, el moldurón, el manto.
Todo un año de espera para ver a su Esperanza. Ella, que cada Viernes Santo, generosa, reparte esperanza por todos los rincones de esta bendita tierra andaluza. No importa esperar largas horas; no importa el tiempo de paso de los interminables tramos de nazarenos. La Madre de Dios está en la calle, entre nosotros, y nosotros tenemos que estar con Ella.
Pero Señora, si tú que ríes y lloras a la vez, ¿por qué lloran tanto las mujeres cuando te contemplan? Mi corazón se encoge, se arruga al contemplar esos rostros derramando lágrimas. No hay consuelo para ellas. Como las mujeres de Jerusalén ante el Hijo Sentenciado, así lloran nuestras madres, nuestras mujeres, nuestras hijas.
Es el llanto de tantas madres y mujeres de enfermos, de drogadictos, de ajusticiados, de maltratadores, de los que están en paro, de los que ya no están. Pero a la vez, es un llanto de esperanza, de amor, de firmeza. Porque sólo Ella puede dar consuelo a ese mar de lágrimas.
Intento aliviar su dolor entregándoles una estampa con Su rostro, y una leve sonrisa brota al instante de sus labios en señal de gratitud. Pero su mirada es solo para Ella. Para quien tuvo al Hijo de Dios en sus entrañas y sintió el dolor desgarrado de verlo morir en la cruz. Ella, que día a día sufre por nosotros, por nuestros pecados, por nuestras debilidades. Ella es quien recoge nuestras súplicas, la intercesora de nuestras causas, el refugio de nuestros corazones. Nuestra Esperanza.
La noche va dando paso al día y el frío es más intenso a primeras horas de la mañana. Pero nuestro corazón está feliz; la hemos acompañado iluminando su caminar, único en el mundo, porque sus costaleros son catedráticos a la hora de llevar un palio por las calles de Sevilla. Hemos rezado a su lado, la hemos suplicado una y mil cosas, incluso hemos gritado ¡cómo Tú ninguna!. Pero sobre todo, nos ha abierto las puertas de la Esperanza: la Resurrección de su Hijo, por la que el amor ha podido con la muerte, con el pecado.
Gracias, Señora, por permitirme vivir estos momentos a Tú lado, por abrirme Tu corazón y acogerme en Tu regazo. Gracias por ofrecernos esa noche en la que hombres y mujeres unimos nuestro grito para proclamar nuestra fe. Gracias por ser cada día y siempre Nuestra Esperanza Macarena.
Nota: Publicado en el Boletín de la Hermandad de la Macarena de Mayo 2007