El 27 de Junio de 2007, festividad de San Irineo, conocimos la desagradable noticia del fallecimiento de Ignacio Canal, Nacho, cofrade de Nuestro Padre Jesús Flagelado de Salamanca; noticia por algunos esperada, que no deseada, pues éramos conocedores del empeoramiento de su enfermedad. ¿Cuál enfermedad? No importa. La de siempre. La que de una manera o de otra pone punto y final a nuestra estancia en esta vida y nos da paso a la vida eterna.
Pero no por ello nuestro dolor es menor. Cuando pierdes a un ser querido, nuestro corazón nunca está preparado para recibir un golpe de esa magnitud. Nunca piensas que las personas que quieres te van a dejar un día. Grave error de los humanos, mayor aún entre los cristianos, pues deberíamos ser conscientes de que nuestra eternidad no tiene nada que ver con esta terrenal vida. Por eso sufrimos, nos angustiamos, lloramos y tardamos años en superarlo, incluso a veces no lo superamos nunca. ¿Sería necesaria una formación específica sobre cómo esperar la muerte o como recibir la de aquellos que queremos? Es una pregunta que lanzo a modo de reflexión.
Tuve la oportunidad de conocer a Nacho hace más de una década, cuando mi responsabilidad en el sindicato tenía que ver con los acontecimientos de su empresa, SENASA (Escuela de Pilotos de Matacán). Fueron horas difíciles para todos, pues ante las intransigencias de la Dirección de la misma, se unía el miedo ante el futuro de los trabajadores. Y allí estaba Ignacio Canal, al que, a pesar de la gravedad del momento, nunca le faltó una palabra de esperanza y de conciliación. Recuerdo que siempre, al terminar cada reunión, me comentaba a la salida que no desesperara, que siempre había lugar para el acuerdo y el entendimiento. Realmente me sorprendían sus palabras, pues era difícil encontrar en momentos de abatimiento mensajes coherentes e invitaciones al diálogo.
Y el Señor quiso, que en ésta, nuestra pequeña Salamanca, Nacho y yo volviésemos a coincidir en otro ámbito, mucho más reconfortante, por supuesto, aunque como sabéis no exento de crispación o desencuentros puntuales. Él, con su Señor de la Flagelación, Nuestro Padre Jesús Flagelado. Yo, con mi querida Virgen de la Soledad. Y de nuevo reviví los momentos experimentados en su empresa. Ignacio Canal, con una extraordinaria elegancia, sabía capear todos los toros sin molestar a nadie. Nunca una palabra más alta que otra; nunca una ofensa para imponer sus razones; nunca una crítica o una calumnia para juzgar a terceros. Siempre fiel a su fe y a sus principios, sin querer sobresalir por encima de nadie, iba dejando su impronta en cuantos foros participaba.
De ahí, querido Nacho, que fuésemos muchos los que te admirásemos y muchos más los que sentíamos un especial cariño hacia ti. El domingo ya no pudiste venir a la misa mensual de tu hermandad, pero te aseguro que estabas allí con nosotros, del mismo modo que has estado presente esta mañana cuando despedíamos tu cuerpo entre las hermosas palabras que te ha dedicado el Rector, Miguel Ángel. Y del mismo modo que continuarás estando a lo largo de nuestra vida. Pues querido amigo, personas como tu no se marchan nunca. Seremos muchos los que te recordaremos con frecuencia; los que intentaremos tomar ejemplo de tu paso por esta vida. Todas las pérdidas son sufridas, incluso las de aquellos que consideramos enemigos, pero esta tuya es de esas pérdidas que se palian con amor, con el amor que nos dejaste, gran herencia de la que estamos carentes en muchos momentos.
Quisiera terminar con una palabras de reconocimiento hacia tus hijos, en especial a mi amigo José Manuel, quien junto a tu hija, han sabido despedirse de ti como te merecías y a la vez han querido agradecer el sentimiento de pesar que les hemos ido manifestando.
Para ambos solo me queda el consuelo de la fe, esa fe por lo que tu tanto luchaste, esa fe que nos acerca cada día a Cristo y a su Bendita Madre, esa fe gracias a la cual hoy estás ya ante el Señor, junto a tu mujer, y que un día, quién sabe cuando, hará posible que recordemos juntos las noches mágicas de cada Miércoles Santo.
Un abrazo amigo y que el Señor te Bendiga.
Pero no por ello nuestro dolor es menor. Cuando pierdes a un ser querido, nuestro corazón nunca está preparado para recibir un golpe de esa magnitud. Nunca piensas que las personas que quieres te van a dejar un día. Grave error de los humanos, mayor aún entre los cristianos, pues deberíamos ser conscientes de que nuestra eternidad no tiene nada que ver con esta terrenal vida. Por eso sufrimos, nos angustiamos, lloramos y tardamos años en superarlo, incluso a veces no lo superamos nunca. ¿Sería necesaria una formación específica sobre cómo esperar la muerte o como recibir la de aquellos que queremos? Es una pregunta que lanzo a modo de reflexión.
Tuve la oportunidad de conocer a Nacho hace más de una década, cuando mi responsabilidad en el sindicato tenía que ver con los acontecimientos de su empresa, SENASA (Escuela de Pilotos de Matacán). Fueron horas difíciles para todos, pues ante las intransigencias de la Dirección de la misma, se unía el miedo ante el futuro de los trabajadores. Y allí estaba Ignacio Canal, al que, a pesar de la gravedad del momento, nunca le faltó una palabra de esperanza y de conciliación. Recuerdo que siempre, al terminar cada reunión, me comentaba a la salida que no desesperara, que siempre había lugar para el acuerdo y el entendimiento. Realmente me sorprendían sus palabras, pues era difícil encontrar en momentos de abatimiento mensajes coherentes e invitaciones al diálogo.
Y el Señor quiso, que en ésta, nuestra pequeña Salamanca, Nacho y yo volviésemos a coincidir en otro ámbito, mucho más reconfortante, por supuesto, aunque como sabéis no exento de crispación o desencuentros puntuales. Él, con su Señor de la Flagelación, Nuestro Padre Jesús Flagelado. Yo, con mi querida Virgen de la Soledad. Y de nuevo reviví los momentos experimentados en su empresa. Ignacio Canal, con una extraordinaria elegancia, sabía capear todos los toros sin molestar a nadie. Nunca una palabra más alta que otra; nunca una ofensa para imponer sus razones; nunca una crítica o una calumnia para juzgar a terceros. Siempre fiel a su fe y a sus principios, sin querer sobresalir por encima de nadie, iba dejando su impronta en cuantos foros participaba.
De ahí, querido Nacho, que fuésemos muchos los que te admirásemos y muchos más los que sentíamos un especial cariño hacia ti. El domingo ya no pudiste venir a la misa mensual de tu hermandad, pero te aseguro que estabas allí con nosotros, del mismo modo que has estado presente esta mañana cuando despedíamos tu cuerpo entre las hermosas palabras que te ha dedicado el Rector, Miguel Ángel. Y del mismo modo que continuarás estando a lo largo de nuestra vida. Pues querido amigo, personas como tu no se marchan nunca. Seremos muchos los que te recordaremos con frecuencia; los que intentaremos tomar ejemplo de tu paso por esta vida. Todas las pérdidas son sufridas, incluso las de aquellos que consideramos enemigos, pero esta tuya es de esas pérdidas que se palian con amor, con el amor que nos dejaste, gran herencia de la que estamos carentes en muchos momentos.
Quisiera terminar con una palabras de reconocimiento hacia tus hijos, en especial a mi amigo José Manuel, quien junto a tu hija, han sabido despedirse de ti como te merecías y a la vez han querido agradecer el sentimiento de pesar que les hemos ido manifestando.
Para ambos solo me queda el consuelo de la fe, esa fe por lo que tu tanto luchaste, esa fe que nos acerca cada día a Cristo y a su Bendita Madre, esa fe gracias a la cual hoy estás ya ante el Señor, junto a tu mujer, y que un día, quién sabe cuando, hará posible que recordemos juntos las noches mágicas de cada Miércoles Santo.
Un abrazo amigo y que el Señor te Bendiga.