17 enero 2009

Madrugá Sevilla 2006. La historia de una madrugada de fe, de amistad y de amor.

 

El Jueves Santo sevillano es para vivirlo, pues si lo cuentas corres el riesgo de no saber expresar todos y cada uno de los sentimientos que afloran en cada instante, en cada momento. A las 5 de la tarde ya estábamos en Sevilla dispuestos a vivir una tarde - noche inolvidable. Diego, Juan, Marta, Lito, Elena y Yo, nos fuimos a Placentines a ver Los Negritos y La Exaltación. De ahí al encuentro del Señor de Pasión y luego a cenar y a prepararnos para la Madrugá. 

A las 10:30 de la noche nos plantamos en la Plaza de San Lorenzo ubicados en nuestras sillas para ver la salida del Señor de Sevilla, el Señor del Gran Poder (1:00). La plaza a reventar y faltaban más de dos horas. Pero la espera mereció la pena. Primero porque pudimos observar cómo mis queridos hermanos, los Armaos de la Macarena, rendían pleitesía y devoción al Señor. Había que ver ese mar de plumas llegar a San Lorenzo, cómo salían esos hombres tras rezarle al Señor, emociones contenidas en algunos casos y lágrimas en otros. 

Cuando cercana a la 1:00 se apagan las luces de la plaza, uno se pone en situación para recibir al auténtico Dios por las calles de Sevilla. El orden del cortejo es para verlo. Y el silencio se apodera del ambiente. Pasadas la 1:30 el paso del Gran Poder se aproxima lentamente hacia la puerta. Solo se escucha el rachear de los costaleros y las órdenes de los Villanueva. A la altura de la Parroquia de San Lorenzo, golpe seco del llamador y el paso se arría. ¡Vamos a rezar! se escucha fuerte y seco en el silencio de la noche. Y costaleros, hermanos y toda la plaza al unísono rezamos el Padrenuestro con una devoción que estremece los cuerpos. Hay que estar ahí para saber lo que es eso. Escalofríos recorren mi cuerpo, admito mi condición de pecador y me rindo a los pies del Señor. Las cosas son así y no hay más explicaciones. 

Pero claro, uno es macareno hasta la médula y saber que la Señora está ya en la calle es motivo suficiente para dejar la silla en San Lorenzo e ir en su búsqueda. Amor de Dios es la calle elegida para ver el tránsito de la cofradía. Y otra vez los nervios en el cuerpo y los pies que no paran quietos. Pasa el Señor de la Sentencia, de costero a costero, como mandan los cánones macarenos. Y tras El, Antonio Santiago que no quiere perderse la entrada en Campana del paso de Misterio. Me saluda y le deseo suerte para la noche. ¡Gran Capataz Antonio, sí señor! Y ya no aguanto más y me adentro entre las filas de hermanos (gracias por vuestras estampitas) y voy en busca de la Señora. Y aquí uno se queda sin palabras, porque describir a la Macarena no es fácil y lo que se siente cuando estás a su lado es aún más difícil. La acompaño durante un largo recorrido en el que me encuentro a Anselma, emocionada y rendida ante la Señora, y que amablemente me da dos besos y me desea una feliz Madrugá. (Nos vemos en junio, si Dios quiere). 

La noche sigue y nos encaminamos hasta Orfila para ver al Nazareno del Silencio. De nuevo nos juntamos con Juan y Marta. Está todo Sevilla en la calle y es complicado coger un buen lugar. Pero no importa, pues pudimos contemplar a la cofradía del Silencio y admirar sus tallas y ese espectacular palio único en el mundo. 

Y tras el Silencio, Los Gitanos. Juan está que no se aguanta ni el mismo. Le animo y nos vamos al encuentro del Señor de la Salud. Recorremos las filas de hermanos y nos plantamos ante el paso a la altura de la Encarnación. ¿Se puede pedir más? Pues si esto ya no era suficiente, qué decir del acompañamiento musical. La A.M. Virgen de los Reyes nos deleita con una "pre-campana" por to lo alto. Impresionante, una marcha tras otra, sin despeinarse, sublimes, que acierto el de la nueva junta de gobierno. Ver ese paso con "El Manue" en lo alto, esos costaleros que apenas avanzan una pesetita, esa Saeta, esa Caridad del Guadalquivir, ... 

Y aún faltaba la Madre de las Angustias. Juan ya ha aprendido la lección y no hace falta decirle nada. Nos vamos a su encuentro y la acompañamos desde la Encarnación hasta Orfila. La medalla de Juan es un pasaporte para ir a su lado (alguien comentó que parecíamos los capataces). Inolvidable. 

Pero aún quedaban momentos que vivir y contar. Nos dirigimos hacia la Catedral y nos encontramos con el cortejo de la Macarena que ya ha hecho su estación de penitencia ante el Santísimo y ahí estamos de nuevo entre los nazarenos. Nos quedamos solos Diego y yo y llegamos hasta Placentines donde de nuevo esta la Reina y Señora de Sevilla. Yo ya no me separo del paso y de Ella. Me encuentro con mis hermanos costaleros y se me cae el alma a los pies al verlos. Tras los besos y abrazos de rigor, les deseo una buena procesión y sigo con la Señora. La bulla es enorme al lado del paso y un policía echa a Diego para la acera. Yo voy con mi medalla y paso desapercibido, lo que me permite estar un largo trecho al lado de la Señora. 

Cerca de las 7:30 recojo a Diego en Catedral y nos vamos a ver al Señor de las Tres Caídas. Hay que correr porque ya ha pasado y no queremos perdernos ese andar de los costaleros con "el caballo". Como siempre, espectacular, como solo ellos saben llevarlo. Y ese pedazo de banda que toca como los ángeles. Julio Vera va adelante, concentrado, pensando en que aún queda mucha Madrugá y hay que dosificar las fuerzas. Nos vamos a la plaza del triunfo y vemos a la Esperanza de Triana, casi recibiendo los primeros rayos de sol, en su palio característico, camino ya de su barrio. 

Y así, poquito a poco, ha ido pasando la noche y ha llegado la mañana. Madrugá única la vivida en 2006, como únicas fueron las anteriores. No hay Madrugá igual a otra. Salud para todos y si Dios quiere nos veremos el año próximo entre la bulla, los nazarenos, los músicos ..., pero sobre todo con nuestros amigos/as y al lado de Nuestras Sagradas Imágenes.