30 noviembre 2014

Nuestra Señora de la Luz - Nueva imagen de Ana Rey y Angel Pantoja

La Semana Santa de "los papones, los braceros, las manolas..." cuenta desde ayer tarde, 29 de Noviembre de 2014, con una nueva imagen de María, obra de los escultores - imagineros, Ana Rey y Ángel Pantoja, trabajo realizado para la Cofradía de Santo Sepulcro -Esperanza de la Vida de León.


Una imagen, como puedes comprobar en el siguiente reportaje gráfico, realizada a tamaño natural, al más puro estilo castellano, de tamaño natural, con el cuerpo y ropajes completamente tallados, al modo de las imágenes tradicionales leonesas, con un acabado realista con policromía al óleo,

La Sagrada Imagen, Nuestra Señora de la Luz, representa a la Madre de Dios en el momento en que es consciente de que su Hijo no es un mortal como los demás, sino que está próximo a su Resurrección.

Para ello, el rostro muestra el instante en el que el dolor ha terminado y deja entrever un halo de Esperanza, que se refleja en sus ojos soliviantados y su boca entreavierta. Sus rasgos son los propios de una mujer que ha perdido a su Hijo de manera traumática y dolorosa, pero también refleja la serenidad de quien tiene la confianza plena de que el sufrimiento padecido no ha sido el final del camino, sino que después de las penas soportadas, su Hijo ha resucitado.


La simbología cristiana se percibe en el acto de retirarse el puñal de su pecho. Toda la composición participa de un ligero movimiento que acompaña a su rostro anhelante y a la intención de adelantarse hacia su Hijo Jesús y gozar del momento de la Resurrección.

La disposición del manto crea una marcada diagonal en la composición de la talla, que acentúa el movimiento descrito anteriormente y que se refuerza con el gesto de su mano derecha hacia detrás.


Me llama considerablemente la atención, amén de lo manifestado anteriormente, la capacidad de los artistas para adaptarse a las "exigencias" de una Semana Santa que busca un estilo y un acabado distinto a lo que están acostumbrados a realizar para tierras andaluzas.


Como no puede ser de otra manera, el sello o la huella de Ana y Ángel están plasmados a lo largo de toda la imagen. Sin duda, el rostro de María manifiesta la dulzura característica en las imágenes de María que salen del taller de ambos imagineros. La citada posición de la mano derecha es, a mi juicio, toda una invitación a la Esperanza, como contrapunto del desgarrador momento en el que María se despoja del puñal que representa todo el dolor y sufrimiento padecido por la muerte del Hijo.



En definitiva, un paso más hacia adelante, el que han dado estos jóvenes imagineros, del cual podrán disfrutar no solo los miembros de la congregación del Santo Sepulcro, sino toda la Semana Santa Leonesa, los cuales, juntos a miembros de otras ciudades y localidades cercanas, fuimos testigos de los actos de la Bendición oficiada por el Obispo de la diócesis D. Julián López.


Mi cariñosa enhorabuena para mis amigos Ana y Ángel y, cómo no, para la cofradía, tanto para los que en su día, allá por 2012, lucharon por llevar a cabo este proyecto, y para los que hoy lo han visto culminado. Gracias a todos por permitirme vivir y compartir este importante momento junto a vosotros.
































Madre dolorosa en el Calvario y Gozosa en la Resurrección:
que siempre vayamos caminando de tu mano
hacia la luz de tu Hijo desde el sepulcro resucitado,
para lograr acercarnos cada día al Hombre Nuevo,
Esperanza de la Vida.


INICIAMOS EL TIEMPO DE ADVIENTO

El Adviento es el período de preparación para celebrar la Navidad y comienza cuatro domingos antes de esta fiesta. Además se encuentra en el comienzo del Año Litúrgico católico. En este 2014 se inicia hoy domingo 30 de noviembre y concluyendo el domingo 21 de diciembre.


Monseñor Juan José Asenjo Pelegrina, a través de su Carta Pastoral, nos invita a reflexionar sobre este importante periodo litúrgico para los católicos en general y para los cofrades en particular.

Queridos hermanos y hermanas: Comenzamos en este domingo el tiempo santo de Adviento, que nos prepara para recordar y celebrar la primera venida del Señor y nos dispone para acogerle en nuestros corazones en la nueva venida que cada año actualiza místicamente la liturgia.

La Iglesia nos invita además a dilatar la mirada: el Señor que vino hace dos mil años, que viene de nuevo a nosotros en Navidad, vendrá glorioso como juez al final de los tiempos. Por ello, el tiempo de Adviento y toda la vida del cristiano es tiempo de alegre Esperanza. Es tiempo también de vigilancia, a la que nos instan los evangelios de los últimos domingos del año litúrgico y también el de este domingo primero de Adviento, que termina con estas palabras: “Lo que os digo vosotros, lo digo a todos: ¡velad!”.


La vigilancia no es vivir bajo el temor de un Dios justiciero y vengativo que está esperando nuestros errores o pecados para castigarnos. Esta actitud de desconfianza y temor ante Dios y el mundo, sólo engendra personas obsesivas y escrupulosas, que piensan que Dios es un ser predispuesto contra el hombre, quien debe ganarse su salvación con sus solas fuerzas y luchando contra enormes imponderables.

La vigilancia cristiana es una actitud positiva que tiene como base el optimismo sobrenatural de sabernos hijos de un Dios que es Padre, que quiere nuestra salvación y nuestra felicidad y que nos da los medios para alcanzarla. Es concebir la vida cristiana como una respuesta amorosa a un Dios que nos ama, que es fiel a sus promesas y que espera nuestra fidelidad con la ayuda de su gracia.

La actitud de vigilancia debe gobernar toda la vida del cristiano, para saber distinguir los valores auténticos de los aparentes. Los medios de comunicación, en muchos casos difunden modos de pensar y de actuar que nada tienen que ver con los auténticos valores humanos y cristianos. En demasiadas ocasiones canonizan formas de comportamiento ajenas al espíritu cristiano. Se impone, pues, una actitud crítica ante lo que vemos, escuchamos o leemos y una independencia de criterio ante los mensajes contrarios al Evangelio con que, de forma directa o indirecta, nos agreden los medios de comunicación. Esta actitud crítica muchas veces nos deberá llevar a apagar el televisor o no encenderlo, para que no nos arrollen los criterios paganos e, incluso, anticristianos, que en ocasiones los medios nos brindan.


La vigilancia es también necesaria para que no debilite nuestra conciencia moral, para conservar una conciencia recta, que distingue el bien del mal, lo justo de lo injusto, lo recto de lo torcido. De lo contrario, la conciencia puede endurecerse hasta perder el sentido moral, el sentido del pecado, un peligro real para los cristianos de hoy. La vigilancia cristiana nos debe ayudar a poner los medios para conservar la rectitud moral: la confesión frecuente, precedida de un examen sincero de conciencia, y el examen de conciencia diario para ponderar nuestra fidelidad al Señor, son la mejor garantía para mantener la tensión moral y la delicadeza de conciencia.

Es necesaria también la vigilancia ante los posibles peligros que pueden debilitar nuestra fe o nuestra vida cristiana. El cristiano no puede vivir en una atmósfera permanente de temor, porque cuenta con la ayuda de la gracia de Dios, pero tampoco ha de ser un atolondrado, ni creerse invulnerable ante las tentaciones del demonio. Ha de vivir su vida cristiana con responsabilidad y sabiduría, para descubrir los peligros que ponen en riesgo nuestra fe y, sobre todo, el mayor tesoro del cristiano, la vida de la gracia, que es comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu, que vive en nosotros y nos da testimonio de que somos hijos de Dios. La vida de la gracia es ya en este mundo prenda y anticipo de la vida de la gloria, a la que Dios nos tiene destinados.


Para vivir la Esperanza cristiana en la salvación definitiva no hay mejor camino que tomar en serio el momento presente en función de los acontecimientos finales, pues nuestro fin será como haya sido nuestra vida. Si cada día tratamos de ser fieles a Dios en nuestro propio estado y circunstancias, viviremos vigilantes y estaremos preparados para "el día y la hora" de que nos habla el Señor en el evangelio de estos días. De este modo no consideraremos la muerte como una tragedia, sino que la esperaremos con la paz y la alegría de quienes se preparan para el abrazo definitivo con el Señor.

Que sea Él quien aliente nuestra vigilancia con su custodia fuerte y amorosa, pues como nos dice el salmo, "Si el Señor no guarda la ciudad en vano vigilan los centinelas". Que la Santísima Virgen, a la que todos los días decimos muchas veces "ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte", nos cuide y proteja ahora y en los momentos finales de nuestra vida. 


Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

 + Juan José Asenjo Pelegrina 
Arzobispo de Sevilla

18 noviembre 2014

Formación Cofrade - LITURGIA (XX) - EL CANTO Y LA MÚSICA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

El canto tiene el deseo de hacer participar al pueblo en los actos litúrgicos.

La función de un coro en la celebración litúrgica, al igual que el resto de la música, tiene varias vertientes:
  • Función ornamental y artística.
  • Función dinámica, ya que sirve para unir los corazones.
  • Favorece la participación, como consecuencia de lo anterior.
  • Tiene una dimensión evangelizadora y misionera.
  • Función ministerial, ya que se encuentra al servicio de la acción litúrgica.


Las características que debe cumplir la música litúrgica o ritual como últimamente se la llama deben ser: santidad, bondad de formas y universalidad.

No obstante lo anteriormente dicho, el canto del coro debe tener un principio rector: que no excluya nunca el canto del pueblo, ya que los fieles no vamos a la Asamblea para oír conciertos que otros interpretan sino a participar. 

No se debe confiar al coro el canto de todo el “propio” y todo el “ordinario” de la Misa excluyendo al pueblo de la participación activa. Hay partes de la Misa que siempre deberían ser cantadas: me refiero a la antífona de respuesta al Salmo y el propio Salmo así como el Sanctus. Recitar el salmo equivale a recitar un villancico en vez de cantarlo. 

En la Misa, el pueblo puede cantar: el canto de entrada, la respuesta al saludo inicial, el canto de aspersión cuando lo hay, los Kyries, el Gloria, el Amen conclusivo de la oración Colecta, el salmo responsorial, el Aleluya, el Credo, la respuesta a la Oración de los fieles, durante la presentación de las ofrendas, el diálogo del Prefacio, el Sanctus, las aclamaciones a la Plegaria eucarística con el Amen conclusivo, el Padrenuestro, su aclamación el Cordero de Dios, durante la comunión y en la bendición. 


Lo anterior no impide que en ocasiones muy solemnes pueda y deba cantar una coral o capilla e incluso algún solista. También, el rector del templo y el equipo de liturgia deben estar coordinados con los cantores, para que no se produzcan interferencias mutuas. 

Los principales documentos sobre la música litúrgica que el S. XX nos ha dejado son varios. Podemos citar: 
  • El motu propio Tra le Sollecitudini de san Pío X (22-11-1903)
  • La encíclica Musicae Sacrae disciplina de Pío XII (25-12-1955)
  • La Instrucción sobre la Música sagrada de la Sagrada Congregación de Ritos (3-9-1958)
  • La Constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II, la cual dedica su capítulo VI a la música.
  • Como documento postconciliar destacaremos la instrucción Musicam Sacram (5-3-1967) 


Para terminar podemos citar también las orientaciones que sobre música litúrgica nos da el Misal Romano (OGMR), el Orden de las Lecturas de la Misa (OLM), la Ordenación General de la Liturgia de las Horas (OGLH), el Ceremonial de los Obispos y la Instrucción sobre La Liturgia romana y la Inculturación (25-1-1994) así como el Cantoral Litúrgico Nacional, que recoge los principales cantos de la Misa para los diferentes tiempos litúrgicos y otros temas. 

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La música sagrada es aquella que, creada para la celebración del culto divino, posee cualidades de santidad y de perfección de formas. La música sacra será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya enriqueciendo de mayor solemnidad los ritos sagrados. 

La música sagrada tiene el mismo fin que la liturgia, o sea, la gloria de Dios y la santificación de los fieles. La música sagrada aumenta el decoro y esplendor de las solemnidades litúrgicas. “La música sacra – dirá el papa Juan Pablo II- es un medio privilegiado para facilitar una participación activa de los fieles en la acción sagrada”. 

La música no debe dominar la liturgia, sino servirla. En este sentido, antes de San Pío X se celebraban muchas misas con orquesta, algunas muy célebres, que se convertían a menudo en un gran concierto durante el cual tenía lugar la Eucaristía. Ya se desvirtuaba la finalidad profunda de la música litúrgica, la gloria de Dios. Amenazaba la irrupción del virtuosismo, la vanidad de la propia habilidad, que ya no está al servicio del todo, sino que quiere ponerse en un primer plano. 


Todo esto hizo que en el siglo XIX, el siglo de una subjetividad que quiere emanciparse, se llegara, en muchos casos, a que lo sacro quedase atrapado en lo operístico, recordando de nuevo aquellos peligros que, en su día, obligaron a intervenir al concilio de Trento, que estableció la norma según la cual en la música litúrgica era prioritario el predominio de la palabra, limitando así el uso de los instrumentos. 

Géneros de música sagrada que se permiten en la Iglesia:

San Pío X ofreció como modelo de música litúrgica el canto gregoriano, porque servía a la liturgia sin dominarla. Tras el concilio Vaticano II, con la introducción de la lengua del pueblo en la celebración, la música cambió y se buscaron otras melodías diferentes al gregoriano. Sin embargo, el principio de que el canto debe servir a la liturgia continúa vigente. 

Hoy, ¿qué música sagrada permite la Iglesia?: Se permiten el canto gregoriano, la polifonía sagrada antigua y moderna, la música sagrada para órgano y el canto sagrado popular, litúrgico y religioso.


También el Vaticano II permitió la música autóctona de los pueblos cristianos, pero adornada de las debidas cualidades. La Iglesia aprueba y admite todas las formas musicales de arte auténtico, así vocal como instrumental. Pero de nuevo debemos recordar el principio: la música debe servir a la liturgia, no dominarla. 

Entre todos estos géneros musicales, la Iglesia da la preferencia al canto gregoriano, que es el propio de la Liturgia romana y al que San Pío X califica de supremo modelo de toda música sagrada, el único que heredó de los antiguos Padres, y que custodió celosamente durante el curso de los siglos en sus códices litúrgicos. 

Instrumentos que son admitidos: 

Nos contesta el Concilio Vaticano II: “En el culto divino se pueden admitir otros instrumentos, a juicio y con consentimiento de la autoridad eclesiástica territorial competente, siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convengan a la dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de los fieles” (Sacrosanctum Concilium, n. 120). 



Principios que ofrece el Papa para la música dentro de las celebraciones litúrgicas católicas:

“Ante todo es necesario subrayar que la música destinada a los ritos sagrados debe tener como punto de referencia la santidad”. 

“No puede haber música destinada a las celebraciones de los ritos sagrados que no sea primero verdadero arte”. Sin embargo, “esta cualidad no es suficiente” advierte el Santo Padre. 

“La música litúrgica debe en efecto responder a sus requisitos específicos: la plena adhesión a los textos que presenta, la consonancia con el tiempo y el momento litúrgico a la que está destinada, la adecuada correspondencia con los ritos y gestos que propone”. 

El sagrado ámbito de la celebración litúrgica no debe convertirse jamás en laboratorio de experimentos o de prácticas de composición y ejecución introducidas sin una atenta revisión”, dice además el papa. El canto gregoriano, dice luego Juan Pablo II, “ocupa un lugar particular”; pues “sigue siendo aún hoy el elemento de unidad” en la liturgia. 


En general, señala el papa, el aspecto musical de las celebraciones litúrgicas “no puede ser dejado a la improvisación, ni al arbitrio de los individuos, sino que debe ser confiado a una bien concertada dirección en respeto a las normas y competencias, como fruto significativo de una adecuada formación litúrgica”. Por ello, en el campo litúrgico, el Papa señala “la urgencia de promover una sólida formación tanto de los pastores como de los fieles laicos”. 

El papa Benedicto XVI enumera otros criterios sobre la música sagrada, que son importantes destacar:

  • La letra de la música litúrgica tiene que estar basada en la Sagrada Escritura.
  • La liturgia cristiana no está abierta a cualquier tipo de música.
  • Nuestro canto litúrgico es participación del canto y la oración de la gran liturgia, que abarca toda la creación. Así vencemos el subjetivismo y el individualismo, que llevaría al virtuosismo y a la vanidad.
Gracias a Valladolid Cofrade por la cesión del contenido de este post.