Amadísima Señora, “Patrona de Capataces y Costaleros”. No es normal que entre Tú y yo usemos esta vía de comunicación para darte a conocer mis sentimientos, pues Tú mejor que nadie eres conocedora de ellos, pero en esta ocasión querría compartirlos también con aquellas y aquellos cofrades salmantinos que sienten devoción hacia ti y que cada 7 de Octubre, día de tu festividad, te acompañan con sus oraciones y sus cánticos.
El presente año (2007) las calles próximas al Convento de San Esteban no podrán disfrutar de tu presencia. Algunos, equivocadamente o no, pensamos que Tú lo has querido así y, por lo tanto, lo asumimos sin objeción.
Como bien sabes, costó mucho recuperar esta tradición popular. No fue poco el empeño de algunos miembros de la Hermandad Dominicana para que de nuevo los fieles y devotos pudieran acompañarte cada tarde del 7 de Octubre por los aledaños de los Dominicos. Tiempo, dinero, esfuerzo y mucha ilusión fueron los ingredientes necesarios para que se llevara a cabo tal empresa. Y creo, en honor a la verdad, que año tras año (este iba a ser el cuarto) eras admirada por cuantos teníamos el orgullo de estar a tu lado.
También es cierto que la procesión estaba marcada por algo que en nuestra tierra no está aceptado o bien visto (ya sabes, el tema de las tradiciones). Los pioneros de esta idea y todos aquellos que nos sumamos después, queríamos que tu caminar fuese sobre nuestra cerviz – “a costal” – y no sobre nuestros hombros. Ello ha supuesto más de un comentario, acertado o no, pero si que desvirtuaban lo esencial de la procesión, que no era otra cosa que manifestarte nuestra profunda devoción como Madre del Salvador que eres.
No es menos cierto que entre los miembros de la cuadrilla de hermanos costaleros, no todos participábamos de la misma manera. Por supuesto que todos los que íbamos bajo tu paso éramos aficionados al costal, aunque algunos, y que me perdonen por pensar así, lo eran más de boca que de hechos. Otros, sin embargo, uníamos esta afición con tu devoción, aunque más bien era escasa. Solo había que observar que, a lo largo de la novena celebrada en Tu honor, a penas aparecíamos por la iglesia de San Esteban. Y mucho menos a lo largo del año para hacerte una visita a tu capilla. Algunos no se acordaban de que además de los Titulares de la Hermandad Dominicana, Tu estabas un poquito más adelante esperando que fuéramos a darte las gracias por lo que haces por nosotros cada día o a escuchar nuestros ruegos y nuestras peticiones.
El caso es que aquellos que nos criticaban porque decían que solo íbamos por el tema del costal no estaban desprovistos de razón, con algunas excepción como te he señalado. Y claro, cuando las cosas están cimentadas sobre barro o arcilla, están expuestas a que una tormenta, una lluvia incesante,… acabe por derrumbarlas.
El presente año (2007) las calles próximas al Convento de San Esteban no podrán disfrutar de tu presencia. Algunos, equivocadamente o no, pensamos que Tú lo has querido así y, por lo tanto, lo asumimos sin objeción.
Como bien sabes, costó mucho recuperar esta tradición popular. No fue poco el empeño de algunos miembros de la Hermandad Dominicana para que de nuevo los fieles y devotos pudieran acompañarte cada tarde del 7 de Octubre por los aledaños de los Dominicos. Tiempo, dinero, esfuerzo y mucha ilusión fueron los ingredientes necesarios para que se llevara a cabo tal empresa. Y creo, en honor a la verdad, que año tras año (este iba a ser el cuarto) eras admirada por cuantos teníamos el orgullo de estar a tu lado.
También es cierto que la procesión estaba marcada por algo que en nuestra tierra no está aceptado o bien visto (ya sabes, el tema de las tradiciones). Los pioneros de esta idea y todos aquellos que nos sumamos después, queríamos que tu caminar fuese sobre nuestra cerviz – “a costal” – y no sobre nuestros hombros. Ello ha supuesto más de un comentario, acertado o no, pero si que desvirtuaban lo esencial de la procesión, que no era otra cosa que manifestarte nuestra profunda devoción como Madre del Salvador que eres.
No es menos cierto que entre los miembros de la cuadrilla de hermanos costaleros, no todos participábamos de la misma manera. Por supuesto que todos los que íbamos bajo tu paso éramos aficionados al costal, aunque algunos, y que me perdonen por pensar así, lo eran más de boca que de hechos. Otros, sin embargo, uníamos esta afición con tu devoción, aunque más bien era escasa. Solo había que observar que, a lo largo de la novena celebrada en Tu honor, a penas aparecíamos por la iglesia de San Esteban. Y mucho menos a lo largo del año para hacerte una visita a tu capilla. Algunos no se acordaban de que además de los Titulares de la Hermandad Dominicana, Tu estabas un poquito más adelante esperando que fuéramos a darte las gracias por lo que haces por nosotros cada día o a escuchar nuestros ruegos y nuestras peticiones.
El caso es que aquellos que nos criticaban porque decían que solo íbamos por el tema del costal no estaban desprovistos de razón, con algunas excepción como te he señalado. Y claro, cuando las cosas están cimentadas sobre barro o arcilla, están expuestas a que una tormenta, una lluvia incesante,… acabe por derrumbarlas.
Y aquí nos tienes ahora dándonos golpes de pecho, buscando culpables y pidiendo explicaciones, haciéndonos preguntas que tal vez nunca tengan respuesta. Ahora todos somos “del Rosario”, cuando a lo largo de estos años hemos permitido que diéramos más importancia a problemas personales (algunos más que justificados) que a lo verdaderamente esencial. No voy a ser yo quien señale culpables en esta desafortunada decisión. Primero porque me faltan argumentos de peso para ello y segundo porque no creo que se trate de buscar culpables, sino soluciones.
Considero que todas las cosas tienen su por qué y que de todas se saca una conclusión positiva. Por ello creo que todos los que de alguna forma u otra estamos implicados en ello, deberíamos hacer un ejercicio de humildad, reconocer nuestros errores y encontrar soluciones para que a partir del día 8 de octubre se empiece a edificar un proyecto sólido, sin excepciones, en el que la única referencia final sea el amor hacia Ti.
¿Y este año qué? Pues éste año debemos acudir todos sin excepción. Tus costaleros los primeros, demostrando que el costal es algo anecdótico en todo esto; demostrando que nuestro amor y devoción hacia ti es más grande que cualquier disputa o malentendido que se pueda suscitar; demostrando que por la calle o por el claustro, Tu eres la Reina de los Cielos y que al igual que día a día nos acompañas en nuestras vidas, es nuestra obligación acompañarte el día de Tu festividad.
Sería un error imperdonable que el hecho de que no salgas a la calle fuera un pretexto para no estar ese día a tu lado. Es más, estaríamos dándole la razón a quienes piensan que solo estamos ahí por nuestro estatus de costaleros. Estoy convencido de que esto no va a ocurrir y que bajo tus andas de plata te llevaremos sobre nuestros hombros como te mereces. Y de este modo, los miembros de la Orden Dominicana, la Junta de Gobierno, los miembros de la Hermandad, tus costaleros y cuantos devotos y devotas se quieran sumar, te honraremos un año más y al concluir las oraciones podamos gritar al unísono: ¡Viva la Virgen del Rosario!
Gracias Señora por escuchar mis reflexiones y por permitirme compartirlas con quienes han tenido el cariño de acercarse a ellas.