Ha sido, al parecer, una Federación de Asociaciones de Padres y Madres la que ha encendido la polémica: ha pedido a las autoridades civiles de una comunidad autónoma que las vacaciones de Navidad pasen a llamarse “Vacaciones de invierno” y las de Semana Santa, “De primavera”.
Y lo han hecho así, sin inmutarse, diciendo que hay que respetar la sensibilidad religiosa de todos; pues las vacaciones con un nombre religioso cristiano podrían herir la sensibilidad de otras tradiciones religiosas y la de los ateos que no comparten ninguna fe.
Yo he quedado alucinado, créanme. He tenido, de pronto, la sensación de que estamos haciendo del laicismo una tortilla extraña donde los ingredientes más usuales son la incultura y la estupidez bien batidas. Ya habían empezado a organizar la tortilla hace un par de años, cuando descubrieron que los belenes en la escuelas herían sensibilidades, y que las representaciones del nacimiento de Jesús (Pastores, Pastorcillos o como quieran llamarle) adoctrinaban insanamente las pobres cabecitas infantiles. Y así, de un plumazo, en esta tortilla extraña, al socaire de una pretendida libertad religiosa, se cargaron una tradición de siglos que ha dado identidad a nuestros pueblos y que, bien llevada, nunca ha sido fuente de exclusiones, sino todo lo contrario.
Porque…, puestos a añadir ingredientes a esta extraña tortilla de laicismo (que no de laicidad), podríamos, por ejemplo, cambiar los nombres de las calles que están dedicadas a santos o a gente de Iglesia que ha dado la vida por los demás; podríamos también prescindir de las fiestas de los pueblos que se dedican a la Virgen o a algún santo; tendríamos que animarnos a cambiar los nombres de los planetas y ponerles un número del uno al nueve, por ejemplo, puesto que también ellos –qué culpa tendrán- tienen nombres de deidades grecorromanas.
Sugiero acabar con las representaciones de La Pasión y las procesiones de Semana Santa en todos los pueblos de España; en todo caso, que se tengan en espacios muy pequeños, nunca públicos, y nunca subvencionados por una Administración laica. Hágase lo mismo con los belenes vivientes y la iluminación de los árboles de Navidad (perdón, de invierno) en nuestras calles. Porque la exhibición de toda esa imaginería religiosa está molestando a los ateos que, según los cocineros de esta tortilla, se ven atacados en su identidad. Así que fuera las procesiones, los oficios, las tamborradas y otras manifestaciones de prepotencia religiosa.
Propongo a la vez que se cambien los nombres de los pueblos que tengan el nombre de algún santo o alguna referencia religiosa. Sugiero incluso que se suprima el camino de Santiago y el Rocío, no vaya a ser que incomode a alguna persona por razón de su credo.
Puestos a ser serios, también prohibiría a Bach, Beethoven, Mozart y a todos aquellos que se atrevieron a hablar de Dios en sus obras musicales. Si alguien quisiera escuchar estas piezas musicales debería hacerlo en casa, con sus auriculares individuales, para no molestar a posibles vecinos increyentes. Deberían tenerse a buen recaudo las pinturas de nuestros museos que contienen motivos religiosos; ábranse sólo una vez al año y para públicos muy reducidos.
Palabras como ojala o adiós deberían suprimirse del lenguaje habitual y habría que sustituirlas por otras menos contundentes ya que éstas tienen un significado religioso. No sólo habría que quitar los signos de tradición religiosa en todos los ambientes, sería conveniente sustituir estos por pósters de los equipos de fútbol del momento o fotografías de los deportistas que llenan los estadios, o de los pipiolos de Gran Hermano, porque eso es lo que realmente hoy vende.
A la semana le quitaría los siete días…habría que hacer semanas de 8 días o de 25, da lo mismo…porque la división en 7 días tiene un origen bíblico y eso puede también ser ofensivo. También habría que modificar la cronología; nada de estar en el 2009 después de Cristo, para los cocineros de la tortilla a la que nos referimos esto puede también ser una invasión de la conciencia y una imposición de una cronología religiosa concreta. Adiós al turrón de Navidad, al roscón de Reyes, a los buñuelos de Cuaresma, a la mona de Pascua y hasta a las tetas de Santa Águeda o las yemas de Santa Teresa. Se acabaron las peregrinaciones a las ermitas y el día de Reyes Magos. Se acabó cantar públicamente villancicos y escuchar gregoriano. Que las mezquitas sean casas de la cultura y que las catedrales sirvan sólo para ser visitadas.
Y, para que esta tortilla nos quede bien sabrosa, hagamos que nadie sepa quién fue Mahoma o Buda o Confucio o Moisés y, sobre todo, que a nadie se le ocurra contar nada de Jesús de Nazaret, por más que nuestro país sea de cultura cristiana. Dejemos, eso sí, que la gente sepa quien es Messi, Cristiano Ronaldo o cómo se llama el último rollo de Belén Esteban, por poner un ejemplo; démosles a nuestros jóvenes las biografías de estos nuevos astros, celebremos lo que ellos celebran y tatuémonos hasta las cejas como ellos lo hacen.
Para que la tortilla nos quede bien sabrosa, evitemos nombres como Navidad y Semana Santa…dejemos que a nuestros jóvenes las referencias trascendentes se la den Rappel o la pitonisa Lola o cualquier mamón que te eche las cartas. Olvidemos totalmente que nuestra tradición cultural está llena de cristianismo y espiritualidad. Hagamos que los chavales crean que santiguarse es el gesto que hacen los futbolistas antes de tirar un penalti. No les hagamos comer esa religiosidad atroz y privémosles de todo lo trascendente. Sigamos confundiendo religión con cultura. Batamos todos estos ingredientes con pasión y, si queremos sabor, añadámosle un poquito de allioli bien picante.
Ya no le faltará ningún ingrediente… sirvámosla bien calentita para que, saboreada muy despacio, nos vaya dejando libres de cualquier alienación religiosa, pero tontos e ignorantes de nuestras raíces culturales y sin más referencias de sentido que las que ofrece la publicidad.
Esta tortilla de estulticia, pretendidamente laica, lo que de verdad tiene son muchísimos huevos.
Josan Montull