27 noviembre 2017

La ruta de los castaños centenarios - Sierra de Francia (Salamanca)

"Y dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que haga simiente; árbol de fruto que haga fruto según su naturaleza, que su simiente esté en él sobre la tierra; y fue así".

Y fue así como, sin solución de continuidad, pusimos rumbo una vez más hacia tierras de la Sierra de Francia, cumpliendo nuestra promesa de regresar, tal y como hiciera Mauricio Legendre en su prerrogativa a la Virgen de la Peña de Francia:Con toda la confianza que da la súplica ya atendida, yo le pido a la Virgen de la Peña que me permita volver aún muchas veces a su Santuario, y señalar el camino a numerosos amigos de Francia; porque es aquí donde los corazones españoles y franceses mejor pueden fraternizar en el Cristianismo”.

Atrás dejamos Aldeatejada, Vecinos, Tamanes, El Cabaco para llegar al Casarito, punto de partida de “La ruta de los castaños centenarios”. La mañana fresca en la Sierra siempre invita a acompañarse de ropa de abrigo, aunque en esta todo hacía vislumbrar que llegado el mediodía “albercarno” algunas prendan sobrarían. El sol, excelente compañero de viaje, quiso ser norte y guía a lo largo del kilómetro y medio aproximado que dista esta senda en busca de los castaños centenarios.

El otoño es esa estación que suele descolocarme, sobre todo la mente. Algunas veces digo a los míos que me siento “trasroscado”. Y esto es consecuencia de las enormes y maravillosas contradicciones que se dan en esta penúltima estación del año. Por ello que necesito encontrarme y renovarme mental y espiritualmente. Al igual que las hojas caen, pero el árbol se regenera regresando a su raíz, las personas necesitamos de esa renovación que nos permita resituar ideas y sentimientos, a pesar de la melancolía en la que el final del verano nos ha ido introduciendo.

Hojas y más hojas, de un profundo color ocre, nos sirven de alfombra en ese camino de reencuentro con nosotros mismos. Una pasarela de madera nos permite contemplar de manera excepcional la majestuosidad de la Peña de Francia. Es imposible no pararse, dejar que la mente se evada y que la paz se adueñe del momento, del silencio, solamente interrumpido por el canto de un mirlo.

Los carteles explicativos son una guía perfecta para saciar nuestra curiosidad ante lo que la naturaleza nos ofrece. Retama y helechos enmoquetan cada rincón de la ruta; líquenes y algas tapizan y rodean el tronco de los cientos de robles y castaños; erizos huecos y erizos con pequeñas castañas… En definitiva, todo un conjunto de especies vegetales que animan no sólo la vista, si no también el espíritu. Y de nuevo mis contradicciones sobre el otoño se hacen presentes: la muerte y la vida forman parte inseparable de él, aunque ambas son alimento para el silencio que precisa mi mente y el amor que se instala en mi corazón.

Seguimos nuestro caminar, pausado, contemplativo, disfrutando de cada escena que se nos ofrece y que mi cámara no quiere pasar por alto. Y los “castaños centenarios” no se hacen esperar. En algunos casos son 500 años los que nos contemplan de esta especie de “Castanea sativa”. Troncos negros y huecos, parecen danzar entre la luz del sol que se cuela tras sus ramas mientras a sus plantas, hojas rojizas y cientos de erizos de castañas dan forma a una pista de baile que no precisa de efectos y luces especiales.

Por si no fuera suficiente espectáculo natural, la ruta nos permite admirar la obra de Manuel Tomé. Un conjunto de rocas de granito talladas sin criterio alguno salvo representar figuras tanto de rostros humanos como de animales y cuyo relieve se hace visible bien por la presencia de los rayos del sol, bien por el agua del rocío de la mañana.

Y así, tras cerca de dos horas de paseo pausado, llegamos al lugar de partida. La Nava de Francia nos espera para disfrutar de un fin de semana entre amigos, fin de semana que pasa rápido, sin querer, pero siempre entre armonía, paz, descanso, amor...

El otoño está a punto de dar paso al frío invierno. Adviento, Navidad, Año Viejo y Nuevo ¡Esperanza!