De nuevo me sirvo de la carta semanal se Monseñor Asenjo, Arzobispo de la Diócesis de Sevilla, para acercarte una de las celebraciones más especiales que podemos dedicarle a la Madre de Dios: la Solemnidad de su Inmaculada Concepción.
Asi nos dice D. Juan José Asenjo a los fieles y cofrades sevillanos:
Queridos hermanos y hermanas:
El próximo lunes celebraremos con todo esplendor en nuestra Archidiócesis la solemnidad de la Inmaculada Concepción, dogma definido por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854. El núcleo del dogma proclamado en aquella fecha, que todos los católicos debemos creer, afirma que la Santísima Virgen, “fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano”.
La Concepción Inmaculada de María es una de las obras maestras de la
Santísima Trinidad. En la plenitud de los tiempos, Dios Padre quiere
preparar una madre para su Hijo, que se va a encarnar por obra del
Espíritu Santo para nuestra salvación, para hacernos hijos adoptivos,
para que seamos santos e irreprochables ante Él por el amor (Ef 1,4-5). Y
piensa en una madre que no tenga parte con el pecado, no contaminada
por el pecado original y libre también de pecados personales, limpia y
santa.
La Concepción Inmaculada de María es consecuencia de su maternidad
divina. Nadie más que Jesús ha podido diseñar el retrato interior y
exterior de su Madre y, por ello, pudo hacerla pura, hermosa y “llena de gracia” (Lc
1,18), como hubiéramos hecho cualquiera de nosotros si hubiera estado
en nuestra mano elegir las cualidades de quien nos ha dado el ser. Este
privilegio excepcional es el primer fruto de la muerte redentora de
Cristo. Mientras el común de los mortales somos liberados del pecado
original en el bautismo por el misterio pascual de Cristo muerto y
resucitado, María es preservada del pecado aplicándosele anticipadamente
los méritos de su sacrificio redentor. Aquí encontramos la razón de su
plenitud de gracia, de la ausencia durante su peregrinación terrena de
pecados personales y de cualquier desorden moral. Este es el fundamento
también de los demás privilegios marianos, entre ellos su Asunción en
cuerpo y alma a los cielos. En María aparece de forma esplendorosa la
victoria total de Cristo sobre el pecado y la muerte. En este sentido,
María es la primera redimida, la más redimida, el fruto más acabado y
hermoso del sacrificio pascual de Cristo, la “redimida de modo eminente” como la califica el Concilio Vaticano II (LG 53).
Esta verdad, definida por el Papa Pío IX, es una de las que más
hondamente han calado en el alma del pueblo cristiano, cuyo sentido de
la fe, ya en los primeros siglos de la Iglesia, percibe a la Santísima
Virgen como “la sin pecado”. La conciencia de que la Virgen fue
concebida sin pecado original se traslada a la liturgia, a las
enseñanzas de los Padres y de los teólogos. En el camino hacia la
definición, pocas naciones han contraído tantos méritos como España. En
siglo XVI son muchas las instituciones, que hacen suyo el “voto de la Inmaculada”. Universidades, gremios y cabildos e incluso ayuntamientos juran solemnemente defender “hasta el derramamiento de su sangre” los privilegios marianos, especialmente el de la Inmaculada Concepción.
La conciencia de que María fue concebida sin pecado estalla en la época barroca, en la pluma de nuestros mejores poetas, en los lienzos de nuestros más inspirados pintores, en las tallas de nuestros más esclarecidos escultores e imagineros y, sobre todo, en la devoción de nuestro pueblo. Por ello, no es extraño que en España se viviera con singular regocijo y alegría la definición dogmática por el Papa Pío IX.
Nuestra Archidiócesis no queda a la zaga en la defensa del privilegio de
la Concepción Inmaculada de María. A partir del Renacimiento, en su
honor se erigen cofradías, se celebran fiestas religiosas y salen a la
luz numerosas publicaciones que defienden la limpia Concepción.
A mediados del siglo XVII, son muchas las instituciones sevillanas, civiles y religiosas, que se imponen la obligación de jurar la defensa de esta hermosa doctrina en los actos de toma de posesión de sus cargos. Fruto de este fervor mariano son los cientos de cuadros y tallas bellísimos dedicados a la Inmaculada en nuestra Catedral y en todas las iglesias de la Archidiócesis, aspecto éste que llama poderosamente la atención de quienes venimos de otras latitudes geográficas.
A mediados del siglo XVII, son muchas las instituciones sevillanas, civiles y religiosas, que se imponen la obligación de jurar la defensa de esta hermosa doctrina en los actos de toma de posesión de sus cargos. Fruto de este fervor mariano son los cientos de cuadros y tallas bellísimos dedicados a la Inmaculada en nuestra Catedral y en todas las iglesias de la Archidiócesis, aspecto éste que llama poderosamente la atención de quienes venimos de otras latitudes geográficas.
La tradición inmaculista no debe
perderse entre nosotros. Por ello, para estar a la altura de nuestros
predecesores en la fe, vivamos con hondura la fiesta de la Inmaculada
Concepción. Contemplemos largamente en el silencio orante las maravillas
obradas por Dios en nuestra Madre. Alabemos a la Santísima Trinidad por
María, la obra más perfecta salida de sus manos. Felicitemos a la
Virgen y, sobre todo, imitémosla luchando contra el pecado y viviendo en
gracia de Dios. Pidamos a Dios, con la oración colecta de esta
solemnidad que Él que preservó a María de todo pecado, nos conceda por
su intercesión llegar a Él limpios de todas nuestras culpas.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz día de la Inmaculada.
+ Juan José Asenjo Pelegrina