“Gracias por bajarnos el Cielo a la Tierra”. De
este modo, sentido y emotivo cuando menos, se dirigía una devota de la
Santísima Virgen de la Esperanza Macarena a un hermano que hacía su turno de
guardia en el pasado Solemne Besamanos de la Madre de Dios. El cofrade,
emocionado, la miró con ojos encharcados y, besándola, le dijo: “Ella es la que
hace posible este milagro para gloria nuestra, para inundar nuestros
necesitados corazones de su Bendita Esperanza.”
Decir Sevilla es decir “Macarena”. Así se pone de
manifiesto desde que la cancela de la verja de la Basílica se abre de par en
par, para que vecinos y foráneos encaminemos nuestros pasos hasta que nuestros
labios acarician sus manos. Largas e interminables colas, a pesar del frío y la
humedad reinante, se suceden desde primeras horas de la mañana del 18 de
Diciembre hasta que el domingo 21, casi entrada la noche, la Madre del Hijo del Hombre retorna a su camarín de Gloria.
Todo
un año de espera, largo y dilatado donde los haya, que se transforma en escasos
segundos cuando estás frente a Ella. Tantas cosas qué decirle, tantos ruegos y
lamentos, tantas gratitudes y perdones, se agolpan en esos instantes en los que
resulta imposible coordinar esos deseos reprimidos y alojados en el alma de los
macarenos. “Madre, si te beso no te
miro, si te hablo no te escucho… ¿Qué no daría yo por abrazarte y refugiarme en
tu regazo?” Todo un reto contener las
lágrimas cuando estás tan cerca de Ella, la que dijo Sí sin titubeos, la que
sin ser Dios, llevó en sus entrañas al propio Dios. La fila avanza.., Ella
permanece erguida, siempre dispuesta, mientras sus devotos se alejan sin querer
irse, buscando la mirada del Señor, Su Hijo Sentenciado injustamente a una
muerte de Cruz, para ser nuestra salvación, para ser Nuestra Esperanza.
Ancianos que apenas pueden caminar sin ayuda;
pequeños que se santiguan antes de que su mamá acerque esa boca inocente a su
mano; jóvenes que le dan gracias por haber salvado la vida de su padre o por
haber encontrado el ansiado trabajo; hombres y mujeres, en definitiva, como tú
y como yo, como los primeros cristianos, que van pasando unos tras otros, sin
que Ella distinga de condiciones sociales, categorías o razas. Para Nuestra
Esperanza, como para su Hijo, todos somos iguales, con especial preferencia y
cariño a los necesitados, a los enfermos, a los ancianos…
Llega la media noche. La niebla cubre con su manto
la ciudad, buscando un protagonismo que sólo Ella tiene reservado. Varias
decenas de hermanas y hermanos nos disponemos a vivir una “Madrugada” que
supondrá un punto de inflexión en nuestras vidas. Bolsa en mano, con alimentos
para los que lo están pasando mal, nos adentramos en silencio hasta llegar
hacia la Madre. Seis horas de vigilia con la Esperanza son suficientes para que
esa mochila cargada de problemas, de decepciones, de tristeza y de dolor, se
convierta en un hermoso cofre lleno del Espíritu que hemos ido recibiendo
oración tras oración, meditación tras meditación…
La Basílica en penumbra… Ella, resplandeciente como
la estrella de Belén, ocupa el centro de todas las miradas. Si la contemplas
con atención, puedes ver como las mariquillas de Joselito cimbrean en su pecho.
Solo unos pocos privilegiados tenemos la fortuna de ver y sentir como late el
corazón de Nuestra Madre, gozosa por estar rodeada de sus hijos, que prestos y
sin condiciones, hemos acudido a su llamada. A pesar de su cansancio, está
feliz. La belleza de su rostro se nos ofrece radiante, difícil de contemplar
sin turbar nuestra emoción, penetrando sus ojos en nuestro corazón enamorado…enamorado
de su Bendita Esperanza.
El aroma a nardos me embriaga. Es el aroma de la
Esperanza, de la dulzura, del amor. Aún, mientras escribo este post, puedo percibir
embelesado su perfume que penetra hasta lo más profundo de mis entrañas,
llenándome de paz y de tranquilidad, de gozo y felicidad, en contradicción con
mi corazón que se acelera recordando la intensidad de esos momentos vividos y
compartidos junto a mis hermanas y hermanos, en hermandad, en fraternidad. ¿Puede
haber mejor regalo que ser discípulo de la Esperanza?
Pero nada de esto, que con tanta emoción te relato,
sería posible sin la implicación, sin la dedicación, de la labor generosa de
muchas y muchos que han regalado tu tiempo para que Ella luzca más hermosa que
nunca; para que todo esté en orden, casi perfecto – porque perfecta sólo es
Ella – para que las palabras de admiración sean el denominador común al
contemplar el exorno que con tanto esmero y elegancia se ha dispuesto una vez
más y que cientos, miles de devotos guarden en su retina, en su corazón, porque
no hay más verdad que “la Virgen de la Esperanza bajó del Cielo a Sevilla, para
hacerse Macarena, Señora de nuestras vidas y razón de nuestra felicidad.”
María, Madre del sí,
Tu ejemplo me admira.
Me admira porque arriesgaste tu vida;
me admira porque no miraste a tus intereses
sino a los del resto del mundo;
me admira y me das ejemplo de entrega a Dios.
Yo quisiera, Madre de la Esperanza, tomar tu
ejemplo,
y entregarme a la voluntad de Dios como tú.
Yo quisiera, Madre, seguir tus pasos,
y a través de ellos acercarme a tu Hijo.
Yo quisiera, Esperanza Nuestra,
tener tu generosidad y entrega
para no decir nunca no a Dios.
Yo quisiera, Madre tener tu amor
para ser siempre fiel a tu Hijo.
Madre del sí,
pide a tu Hijo por mí, para que me dé tu valentía.
Pide a tu Hijo por mí, para que me conceda
un corazón enamorado de él.
Pide a tu Hijo, mi Jesús de la Sentencia,
para que me dé la gracia necesaria para entregarme
y no fallarle nunca.