"Jesús, después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre" (Mateo 4, 2).
Queridos hermanos y hermanas:
Un año más, el Santo Padre nos regala su magisterio y nos dirige su reflexión de cara a la Cuaresma que en breves días dará comienzo.
Benedicto XVI nos anuncia en su mensaje que la Cuaresma es un tiempo que constituye un camino de preparación espiritual más intenso. La Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor: la oración, el ayuno y la limosna, para disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, hacer experiencia del poder de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, "ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos" (Pregón pascual).
En esta ocasión, el Santo Padre nos invita a reflexionar sobre el valor y el sentido del ayuno. Para ello, nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública: "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre" (Mt 4,1-2).
De este modo, el Papa plantea la siguiente interrogante: ¿qué valor y qué sentido tiene para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento? Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio” (Gn 2, 16-17).
En el Nuevo Testamento, Jesús nos dice que el verdadero ayuno consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que “ve en lo secreto y te recompensará” (Mt 6,18). Por consiguiente, el ayuno tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34).
Benedicto XVI es consciente de la realidad de nuestros días, y plantea que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una “terapia” para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios.
Así mismo, la práctica fiel del ayuno contribuye a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer la intimidad con el Señor. Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.
Pero el Santo Pontífice llega aún más lejos con su reflexión sobre el ayuno. Éste nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos y más en unos momentos de crisis económica global. “Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (Jn 3,17).
Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. Precisamente para mantener viva esta actitud de acogida y atención hacia los hermanos, animo a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna.
Concluye el Santo Padre haciendo un llamamiento a todos los cristianos. Queridos hermanos y hermanas: Bien mirado, el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, (Juan Pablo II - Encíclica Veritatis Splendor, 21). Por lo tanto, que en cada familia y comunidad cristiana se valore la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un mayor empeño en la oración, en el Sacramento de la Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la Santa Misa dominical.
Sigamos por tanto la doctrina del Papa Benedicto XVI y, como cristianos y cofrades, vivamos la Cuaresma ya no solo como un tiempo para la reflexión, sino también aprovechando la oportunidad que se nos presenta para acercarnos más al prójimo, para acudir cada domingo a escuchar la Palabra de Dios, para recordar que El que fue Sentenciado y Despojado de sus vestiduras por y para nuestra salvación y que Ella, que es Caridad y Consuelo para todos, nos regala su Esperanza en estas épocas difíciles para todos.
Un saludo macareno.