24 abril 2022

Mirada de Esperanza de una nazarena anónima

 

Me dice mi mujer, Pilar, que el mes de abril está pasando “volando”. Es una expresión que solemos usar a menudo, sobre todo cuando esperamos ansiosos un acontecimiento que es capaz de hacernos sentir distintos, vulnerables e incluso felices al resto de los días del año. Para los cofrades, la Semana Santa es la época del año que vivimos con mayor intensidad, emoción, fervor y, en la mayoría de los casos, con entrega total a Jesús Resucitado y a su Bendita Madre, la Santísima Virgen. Algunos, los más comprometidos con la hermandad de pertenencia, tienen la fortuna de recorrer el camino que le ha de llevar hasta su Estación de Penitencia, participando en los actos de culto organizados durante la Cuaresma, en charlas formativas, asistiendo a conciertos de formaciones musicales o, en menor medida, realizando tareas de limpieza de enseres, montaje de los pasos procesionales, en definitiva, poniendo todo a punto para el esperado día. 

Es también una época similar a la Navidad – ya sé que las comparaciones son odiosas – si bien, en mi opinión, todo lo que tiene que ver con Jesús está directamente relacionado. De ahí que la natividad del Señor tenga algunas similitudes con la Semana Santa, al menos en cuanto a las relaciones entre cofrades. Son momentos en los nos ponemos el “hábito” de buena gente, nos felicitamos la Pascua (de Navidad o de Resurrección), nos besamos, abrazamos y nos comportamos como si durante el resto del año todo hubiera sido una balsa de aceite o un remanso de agua. En la mayoría de los casos, guardamos los cuchillos y los cambiamos por buenos deseos, hasta que termina esa fase de “enamoramiento cristiano” y los volvemos a sacar para seguir con el mismo comportamiento y actitud anterior. Ya no nos importa si Jesús ha nacido o resucitado. Volvemos a dar prioridad al “yo”, a nuestros intereses particulares, a ese protagonismo que nos invade, que nos hace sentir superiores, a la ambición a cualquier precio y a costa del que sea. En algunos casos, los menos malos, el “si te he visto, no me acuerdo” o, en los peores, a seguir “dando caña” en las redes sociales (acoso cibernético lo llamo yo), a criticar y poner a parir al más pintado, sacando de nuevo a la luz nuestras miserias, envidias, rencores e incluso el odio más cainita que nos podamos imaginar. Colgamos el hábito en el armario, tras pasar por la tintorería, y a esperar al año próximo. Algunos, dicho con todo el respeto, debería también pasar por la tintorería “del confesionario” y cambiar los golpes de pecho por el perdón y el arrepentimiento. 

Pero no todo es así de triste o lamentable. Me consta, desde la experiencia de más de cuarenta años participando en este apasionante mundo de las hermandades, que hay cofrades que tratan de ser fieles al mandamiento de Jesús: “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”. Cofrades que están en permanente Estación de Penitencia; cofrades anónimos que, a lo largo de su procesión particular, hacen una parada para descansar, coger fuerzas y seguir caminando al lado del Señor y de la Virgen pues, a su lado, mantendrán ese corazón fiel a lo que un día juraron o prometieron, dando testimonio diario de que el “Dios que es amor” está presente en su corazón y que la Caridad – de la que algunos tanto presumen – pasa indiscutiblemente por el perdón. Son capaces de vencer su orgullo, de revestirse de humildad, de dar amor sin esperar nada a cambio y, por qué no, de poner la otra mejilla si es necesario.

En la Madrugada más bonita del año, la que va del Jueves al Viernes Santo, hubo alguien que fue capaz de hacerme ver que no es fácil hacer Estación de Penitencia en la calle, ni tampoco en nuestro día a día. Caminando entre el cortejo, con mi cámara en mano, buscando esa fotografía que no existe, no solo me regaló esta impresionante instantánea, si no que, tras su mirada, descubrí el mensaje de Esperanza que ella me transmitía con su dulce mirada tras los orificios de su morado capirote.

Para muchos no era más que una nazarena anónima, “cansada y deshecha del duro bregar” que diría D. Miguel de Unamuno. Nadie le echaba cuentas, pasaba desapercibida, salvo para los murmuradores o puntillosos de siempre. Enfundada en su hábito y capirote, no recibía los parabienes o elogios que generalmente se dedican a costaleros, capataces o acólitos…

En un segundo plano, sin cámaras de televisión pendientes de ella, postrada en el suelo, aguardaba a que el cortejo reiniciara su marcha. Durante la larga noche había ido iluminando las calles sevillanas con su cirio, soportando la “dictadura” del que vara o palermo en mano, le ordenaba cuando debía pararse o caminar, en ocasiones con terminologías más propias del mundo militar: “para, anda, más junta”, olvidándose de que, bajo el antifaz, va una persona, una hermana, una como él.

Pero a mi “nazarena anónima” no le importaba todo eso. Su mirada, como digo, me invitaba a todo lo contrario que otros podían proponerme. Inmersa en sus oraciones y gratitud al Señor, sus ojos brillaban rebosantes de felicidad a pesar del cansancio acumulado. Mirada tras la cual pude observar que su corazón estaba lleno de amor, de devoción, de Fe, de entrega sin condiciones a Jesús, a su Sagrado Titular.

Aunque las manecillas de su reloj marcaban las 9:30 de la mañana, para ella el tiempo se había detenido hacía horas. Abrazada a su cirio, como si de la Cruz del Señor se tratara, con su cabeza apoyada sobre él, fui consciente de que era ella la que me “fotografiaba” a mi con su mirada. Mientras ajustaba los parámetros de mi cámara, centraba el encuadre y disparaba, tuve tiempo para darme cuenta que aquella joven, como Teresa de Jesús, me decía: “Ángel, Macareno40, el verdadero humilde ha de ir contento por el camino que le llevare el Señor”.

Gracias y Perdón. Gracias por tu mensaje, por tu mirada, por tu lección de entrega y humildad. Tú, nazarena anónima de antifaz morado, posiblemente no aparecerás nunca en los pregones, seguirás siendo un número más en la nómina de la cofradía, recibirás las risas y las burlas de los que piensen que eres una del Ku Kus Clan que “no puede con su alma”. Aunque para mi serás aquella luz de una mañana de Viernes Santo que me recordó: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”.  Tu tatuaje, el cual vi mientras editaba la fotografía, es toda una declaración de amor al Señor, a tu pareja, a los tuyos. Porque un “te quiero” es el mayor mensaje de Esperanza que se puede dar.  

Y Perdón, por no pedirte permiso para fotografiarte, por no haberte dado las gracias por esta fotografía. Y, especialmente, por dedicarte este post que no sé si algún día llegarás a leer y con el que hoy he querido destacar los valores cristianos de tanto nazarenos y nazarenas anónimas como tú. Que el Señor de la Sentencia y la Madre de Dios, Nuestra Esperanza Macarena, te bendigan a ti y a todos los que dais auténtico testimonio de Fe en Cristo Nuestro Señor.