08 marzo 2009

Sobre mi cerviz… Esperanza Macarena


A ti hermano, a ti hermana:

¡Qué cosas! Este post he esperado tanto tiempo para escribírtelo, que llegado el momento no encuentro las palabras adecuadas para transmitirte lo que siento. Lástima que aún no sirvan los equipos informáticos para escanear mi corazón. Con dar a “copiar y pegar” verías con facilidad lo que siento desde la noche del viernes 6 de Marzo.

Como sabes, el día 20 de Febrero acudí una vez más a la “igualá de aspirantes” de la Macarena. No recuerdo con exactitud si son seis o siete los años que llevo desplazándome a Sevilla para hacerme con un hueco en la mejor cuadrilla de costaleros de la Semana Santa hispalense. De este modo, año tras año, constataba las dificultades que entrañaba tal propósito y año tras año regresaba sin que mí ansiado deseo se viera cumplido. Pero siempre me quedaba la satisfacción de compartir unas cuantas horas con mis hermanos macarenos y la certeza de que cuando Ella quisiera habría un hueco esperándome. Y este año tuve la fortuna de encontrarme entre los privilegiados a optar a la única vacante producida, la cual era pasaporte para escuchar el golpe del llamador del dragón herido que cada Madrugá de Viernes Santo golpea Antonio Santiago cuando llama a sus costaleros del palio de la más grande, la más Hermosa, la Reina de las Reinas, la Madre de Dios,… la Esperanza, Nuestra Esperanza Macarena.

Junto con otros seis hermanos (yo bromeaba que era como la lotería primitiva: “seis más el complementario) acudí la noche del viernes - tenía que ser viernes, el primero de la Cuaresma, y por la noche - al primer ensayo de los establecidos tanto para el paso de misterio como para el palio. Ensayo que debía venir precedido por la igualá que determinase quien de los citados siete sería el elegido, el “ungido” con las yemas del capataz, para completar la cuadrilla.

No te voy a relatar como se desarrolló tal momento pues, como dicen los futbolistas, “eso queda para dentro del vestuario”. Pero si te puedo relatar que lo que uno siente antes, durante y, sobre todo después es algo digno de estudio por los profesionales de la psicología. Mantener la mente alejada de cualquier situación que produzca que uno se derrumbe ante la presión es algo que intenté en todo momento, pues estaba seguro de lo que tantas veces había escuchado: “si Ella quiere, serás su costalero”. Y quiso, si hermano, si hermana, quiso. La voz de Antonio Santiago diciendo “y en cuarta entra este hermano”, los ojos del resto de costaleros y allí congregados clavados en mi, daban testimonio de que estaba dentro. José Luis, el listero, dio fe de ello cuando procedió a solicitarme el nombre y los apellidos.

Y aquel silencio, aquella expectación que se había vivido en el atrio de la Basílica de la Señora, se convirtió en alegría, gozo, felicitaciones, besos, abrazos, ¿qué se yo? Mientras, daban las 12 de la noche en San Gil. Y te preguntarás qué sentía o qué pasaba por mi mente en esos momentos. Lo que sentía es prácticamente inenarrable, como te he dicho al principio, pero puedo asegurarte que mi cuerpo temblaba, mi corazón se salía del pecho, las manos me sudaban, no podía dejar de sonreír, era la felicidad en grado supremo, el sueño tantas y tantas veces soñado e imaginado se había hecho realidad. Y por mi mente, a velocidad de vértigo, pasaron mi mujer y mis hijos, que son los que sufren y aguantan mis ausencias y mis desplazamientos a Sevilla; pasaste tu, que me diste ánimo cada vez que iba a una igualá, o cada vez que me diste cobijo en tu casa o me ofreciste tu aliento o consuelo, o que incluso le pusiste velas al trianero Señor de las Tres Caídas. Pasaste tu que desde tu interior unías tus fuerzas a las mías para que no cejara en el empeño o tu que estabas convencido de que este era mi año. Pero también pasaste tú, que me diste la oportunidad de ser costalero en Rota, o en Cristo de Burgos o en el Rosario de Salamanca… Y tú que has compartido Estación de Penitencia a mi lado, que has rezado junto a mí, que has puesto música a mi Esperanza, que has contribuido a que sea mejor persona…

Poco a poco fui reaccionando, volví en mí. “Yo soy Pedro, yo Alberto, yo Fran, yo Tejido, yo Carlos o Guillermo…” Uno tras otro, mis hermanos, mis nuevos compañeros de cuadrilla me fueron abriendo su corazón, me hicieron “hueco entre ellos” y así me llevaron en volandas ante ti Señor, ante ti Señora. Tú, Señor, Sentenciado, presidías el altar de la Basílica. Y tú, Señora, mi Reina y mi Esperanza, estabas tras las puertas que te protegen. Pero yo podía veros a ambos, sentiros a ambos. Convendrás conmigo que uno, antes que costalero, es cofrade y cristiano, por lo que mi oración de gracias no podía faltar en ese momento.

Durante el ensayo – fíjate lo que te cuento, mi primer ensayo con la cuadrilla de la Macarena – descubrí lo que es “trabajar” con auténticos catedráticos del costal y la trabajadera; lo que se siente inmerso entre gente buena y buena gente. Yo quería más, no quería despegarme del palo a pesar del cansancio (más emocional que físico).

Pasadas las dos de la madrugada llegábamos de nuevo a la Basílica y aún no cesaban las “enhorabuenas” o felicitaciones. Algunos, - ¡pero que grande eres! - enterados de la noticia, no quisieron acostarse sin darme un abrazo o mandarme un sms, y felicitarme. Y vuelvo a preguntarte Señor, ¿merezco tanto como me das cada día? Señora, tu sabes de mis flaquezas, de mis debilidades, y aún así me has elegido para llevarte sobre mi cerviz. ¿Se puede ser más afortunado?

Ahora solo pido que con la ayuda de Dios, esté a la altura de la responsabilidad que conlleva ser costalero del palio de los palios; espero y deseo que mi trabajo contribuya junto al de mis hermanos costaleros a que Nuestra Madre de la Esperanza pasee por Sevilla repartiendo Esperanza como Ella se merece. La Madrugá del Viernes Santo de 2009, si Dios quiere, haré Estación de Penitencia y sobre mi cerviz, con mi costal, te llevaré con orgullo y devoción Madre Bendita de la Esperanza. Y tu hermano, tu hermana, estarás conmigo, en mi corazón. Gracias.