En uno de esos ensayos he conocido a costalero – aún voy almacenando en mi mente los nombres de cada uno de los 35 – del cual no recuerdo ahora su nombre, pero que no lo olvidaré jamás ya no solo por todos y cada uno de los consejos que me ha ido dando en los distintos ensayos, sino por una “confesión” que no sé si es conocida entre el ámbito de los costaleros, pero que yo jamás había escuchado. Se trata “Del sueño del costalero”. Sí, no de un costalero en particular, si no de muchos costaleros, quizás de ti mismo que ahora me honras con la lectura de este post.
La historia podría comenzar así: Un día cualquiera, del otoño o verano sevillano, da igual, el costalero duerme profunda y plácidamente tras una larga jornada de trabajo. Dejándose llevar por el encanto de la relajación que le produce haberse acostado tras dar gracias al Señor de la Sentencia y a Su Bendita Madre de la Esperanza porque un día más han estado junto a él, ayudándolo en sus quehaceres diarios, el costalero comienza a soñar con la Madrugá más maravillosa que jamás pueda imaginarse.
Como cada año, a pesar de la gran y dilatada experiencia, las horas previas a la Estación de Penitencia son horas de tensión, de nervios, de responsabilidad. Recorre cada rincón de su habitación esperando a que llegue el momento de partir hacia la Basílica. Una vez allí, los nervios adquieren otra dimensión. Frente a Ellos, reza sus oraciones, pide por los suyos y les da gracias porque un año más tiene la posibilidad de ser costalero de la Reina del Cielo. Los besos y abrazos con sus hermanos costaleros no perturban su sueño, al contrario, lo reconforta. De este modo, observa como avanza el cortejo, como el Señor de la Sentencia atraviesa la verja macarena en dirección al arco,…
Las circunstancias han querido que este año su cuadrilla no sea la encargada de sacar a la Señora de la Basílica por lo que, desde fuera, tendrá el privilegio de ver como sus hermanos van presentándola a Sevilla “muy poquito a poco” a los sones que interpreta el Carmen de Salteras. Y allí, junto a sus hermanos, la ve pasar por delante, mientras Ella se adentra entre los numerosos fieles y devotos que se han dado cita en torno a la Basílica.
Y el costalero, presto y diligente, se dirige entre el cortejo hacia el lugar que tiene designado en el cuadrante como primer relevo. Hay que estar pronto, pues la bulla es importante, y no puedes quedarte atrás. - Nunca puedes quedarte atrás, siempre tienes que verle la cara al palio – me aconseja. Pero continuemos con el sueño.
Enfilando la Resolana está ella, su otro amor, que no ha querido perderse como su marido, con su sudadera verde, con la ropa hecha de un podo impecable, va a tener el honor de ser uno de los privilegiados de la Madrugá. Y con ella, su pequeño, él que es su alegría, su felicidad, sangre de su sangre,… Nuestro costalero echa mano a uno de sus bolsillos y les obsequia a ambos con una estampita de la Señora. Son momentos de emoción y de mucho amor. Ella, su mujer, le da ánimos y le desea suerte. El pequeño mira la estampa y levanta su mirada al ver que Ella pasa a su lado, mientras una chiquilla grita: ¡Macarena, guapa!
Sin a penas darse cuenta, el palio ha ido avanzando entre las filas y el costalero se despide de los suyos con sendos besos. Y, de repente, el miedo se apodera de todo su cuerpo. El palio está muchos metros por delante de él, casi va a enfilar la calle de la Feria y él tiene que estar allí para hacer su relevo. Intenta sortear a cuantos devotos han quedado tras el cortejo, siempre mirando al frente, como buen costalero, para no perder el palio de vista, palio que cada vez contempla como se aleja más de él, como solo logra ver parte del manto. La angustia le bloquea y le impide caminar con firmeza. Quiere llegar y no puede; alcanza a los últimos componentes de la Banda, pero el paso aún no está a su altura. ¡El relevo está a punto de producirse, y el no está con sus hermanos!
No puede dar crédito a lo que está viviendo. Esto no puede sucederle a él, un costalero experimentado, veterano que se dice. Él, que conoce las dificultades que existen para estar listo en cada relevo, está viviendo en primera persona como la ansiedad, el desasosiego, la angustia se adueñan de él. Quiere llegar y no puede… ¡Soy yo, tu costalero, Señora! Grita entre sollozos.
Y de repente, el sobresalto. Sentado en la cama se da cuenta de que ha sido una terrible pesadilla. El sudor frío recorre su cuerpo a la vez que su corazón late con rapidez. Frescos están aún en su memoria cada uno de los momentos que han dado vida a este sueño. Mira a un lado de la cama y da un beso a su esposa. Mientras, toma en sus manos una fotografía de la Señora que preside su mesilla de noche y le susurra: ¡Nunca te abandonaré, porque Tú eres mi Esperanza!
Para ti costalero, por todo lo que me has enseñado a lo largo de este mes.
Y, en especial, para ti, Chuchi, que ayer nos dejaste para irte a Su lado. Tú que tanto renegabas de mis cristos y vírgenes, ahora estás junto a Ellos pues, a pesar de tu juventud, han querido que vayas a echarle una mano para reparar el AVE del cielo. Siempre estarás en mi corazón, amigo.