18 diciembre 2021

Mis reflexiones en el día de la Esperanza -18 de Diciembre de 2021

 

La pertenencia a una hermandad no es un juego, ni una moda o un pasatiempo. No es ni irrelevante ni tampoco una frivolidad, aunque a veces lo parezca por mor de nuestro comportamiento y actitudes. Mis padres, fundamentalmente mi padre, me inculcó que ser hermano es un sentimiento, un compromiso, una responsabilidad y, por encima de todo, un ejercicio de lealtad, respeto y amor al Señor y a la Virgen. Todo ello enmarcado en un conjunto de normas y reglas que llamamos Estatutos, los cuales juramos y prometemos desde la libertad y bajo nuestra condición de bautizados. 

Responsabilidad que nos repartimos a partes iguales entre los que ejercen el gobierno de la corporación y los que integramos la nómina de la misma, es decir, los que generalmente nos dedicamos a criticar, exigir o a bailarles el agua a los primeros. Desde hace unos años para acá, con el Covid-19 de por medio (ese que nos iba a hacer mejores personas) estamos convirtiendo nuestras asociaciones de fieles en un instrumento de proyección personal, de satisfacción de nuestros intereses y ambiciones y, como consecuencia de ello, en un debate permanente de “pares y nones”. Nada que ver con lo que he descrito en la primera parte del post. 

A lo largo de los más de 40 años de mi vida cofrade he sido testigo de la evolución de las hermandades y cofradías. En mis inicios, primaban más las actitudes cristianas y cualidades humanas que el “amiguismo” y, en este sentido, era raro encontrarse con decisiones de juntas de gobierno como las que se producen en la actualidad. Como digo, los cargos de confianza estaban cimentados en valores más puros, más cristianos y más de aptitudes o experiencias. Hoy día nada de esto es así, salvo raras excepciones, con lo que ello conlleva: discusiones, cabreos, divisiones, envidias, tensiones internas y, sobre todo, dolor, mucho dolor. 

O estás conmigo o contra mí. ¡Qué rápido se nos han olvidado las palabras de Jesús! “No juzguéis para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados y, con la medida que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? O como dirás a tu hermano: ¿Déjame sacar la paja de tu ojo y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo y, entonces, verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.” 

Y, por si todos estos ingredientes no son suficientes para hacer un “buen caldo”, llegaron las Redes Sociales para echarnos una mano y despojarnos de todas nuestras bilis sin reparar en las consecuencias. La mal llamada o utilizada “libertad de expresión” nos está haciendo un daño irreparable. No somos conscientes, yo el primero, que toda la inquina que vertimos contra otros u otras, va en detrimento de la propia hermandad y de nosotros mismos, sin olvidar a terceros que nada tienen que ver con “la película” y, lo que es peor si cabe, que lo hacemos sin filtros, a la vista de todos y dejando constancia de nuestras miserias de manera pública y explícita. (Algunos, menos valientes, se esconden con perfiles falsos o seudónimos cofrades).

Ahora bien, cuando llegan esas fechas marcadas en rojo en el calendario cofrade, nos revestimos de “buenos cofrades”. Nos ponemos el traje y la corbata, el hábito o el costal y nos creemos la esencia de la pureza. Todos, juntos como hermanos, nos ponemos frente al Señor o la Virgen, lloramos, nos abrazamos, compartimos “momentazos” dándonos golpes de pecho, enterrando el hacha de guerra, pero con el cuchillo en el bolsillo pues, en cuanto pasa el día, volvemos a las andadas. Evidentemente, hay quienes, ni siquiera, se ablandan en estos singulares días, tanto da si son dirigentes o “soldados rasos”. 

Mucho se ha escrito y debatido sobre la naturaleza humana y doctores tiene la Santa Madre Iglesia, si se me permite la expresión. A mi juicio, todos nacemos con la doble condición de hacer el bien y el mal. Esta afirmación la fundamento porque lo he comprobado en mis propias carnes y porque uno ya tiene la edad suficiente para haber vivido y conocido a muchas personas que me han demostrado que todos somos capaces de ser buenos y malos. Es más, en ocasiones creo que nuestra condición humana necesita del amor y del odio para sobrevivir, para hacernos sentir que somos alguien en esta sociedad. 

Dicho lo cual, y extrapolándolo al ámbito cofrade, no debemos extrañarnos ni sorprendernos ante actitudes tan desiguales. El quiz de la cuestión es que, a diferencia de otros seres humanos, los cofrades somos cristianos, católicos y, algunos, marianos (como yo). Y no tiene, o no debería tener, razón de ser y de actuar conforme a actitudes cainistas y sí más próximas a Aquél a quien decimos seguir, profesamos querer y por el que nos rompemos el pecho en cada veneración, besamanos o estación de penitencia. En vez de comprender al prójimo, ponernos en su lugar, de intentar y conseguir la unidad o el consenso, actuamos irracionalmente, fomentamos el conflicto, nos alejamos del sentimiento de fraternidad y damos rienda suelta a nuestros impulsos más alejados del “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Eso sí, que no falte la estampa en el bolso, en la cartera o en el móvil o la típica foto posando junto a Nuestros Titulares, como si de un photocall se tratase. 

Y te preguntarás, querida o querido seguidor, después de toda esta reflexión, ¿Qué nos queda, Macareno40? Pues sencilla y rotundamente nos queda la Esperanza. El Papa Francisco, al cual admiro, sigo y defiendo, no cesa en su empeño a la hora de invitarnos a mirar con ojos de Esperanza, “la más pequeña de las virtudes, pero la más fuerte”. Esperanza que, para los cristianos, tiene cara, nombre y apellidos: María, y por su bendita intercesión, Jesús de Nazaret, el Salvador del mundo.   

Hoy, 18 de diciembre de 2021, celebramos la festividad de la Expectación de la Madre de Dios. Ella es el mayor y mejor ejemplo a seguir. Nos marca el camino, el sendero, que nos lleva al encuentro de su Hijo y al amor con nuestros semejantes. Contemplándola, cuando acudimos a su llamada, a su encuentro, conscientes de que su vida no fue sencilla ni siquiera en los momentos del alumbramiento, descubrimos la grandeza del sentido de la espera, de la Esperanza. Nadie mejor que Ella para entender que, ante la injusticia, la incomprensión, las preguntas sin respuestas, la respuesta correcta no es irritarnos, angustiarnos o actuar con tiranía y violencia. 

La Esperanza es sinónimo de paz, de dulzura, de paciencia, de lealtad, de amor. ¡Haced lo que El os diga! Aunque esto nos pueda resultar desconcertante e imposible de poner en práctica ante nuestras realidades, estoy convencido de que, en los momentos más complicados de nuestra vida, cuando las contrariedades nos agobien, el mejor espejo en el que mirarnos es ella, Nuestra Esperanza.   

Madre de la Esperanza, Macarena Nuestra,
Tú, que diciendo sí te convertiste en la Madre de Dios,
ayúdanos a seguir tu modelo y ejemplo
e intercede por nosotros, tus hijos,
para que sigamos el camino de Jesús Nuestro Señor
 

¡Felicidades Madre, Esperanza Macarena!