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Nos hemos reunido esta tarde, en nuestra Iglesia de San Sebastián, para celebrar con gozo la Eucaristía ante Nuestros Titulares y presidida por nuestro hermano Daniel Cuesta, que ha sido ordenado hace unas semanas como presbítero. Con él, muchos de nosotros hemos compartido momentos de oración y diversión, las alegrías y los pesares de la vida. Durante su etapa de formación en el juniorado, Daniel colaboró activamente en la Hermandad, apoyando especialmente a los hermanos más jóvenes, dando testimonio de su fe, desde la alegría y el entusiasmo.
Por este motivo,
nos disponemos a celebrar con alegría y a escuchar con atención la palabra de Dios
que debe darnos sentido cada día e ir configurándonos como cristianos, siguiendo
el ejemplo de María Santísima de la Caridad y del Consuelo y de Nuestro Padre Jesús
Despojado de sus Vestiduras.
Homilía del N.H., D. Daniel Cuesta SJ.
Querida Hermana Mayor, Junta de Gobierno de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Despoja do de sus Vestiduras y María Santísima de la Caridad y del Consuelo, cofrades, amigos y hermanos todos.
Como estamos
en familia, creo que todos podéis imaginar
lo que significa para
mi celebrar hoy la Eucaristía con vosotros en Salamanca, ante las
imágenes de Nuestro Padre Jesús Despojado
y de María Santísima de la Caridad y del Consuelo. Al mirarlos a ellos y al veros a vosotros, me vienen a la cabeza
muchísimas vivencias y recuerdos que han sido tan importantes en mi camino de formación hasta el sacerdocio,
como
lo fueron las clases en la Ponti y en la Universidad de Salamanca.
Recuerdo con emoción la bendición de la imagen del Despojado y aquella procesión hasta la iglesia de San Benito en medio de un gélido frío del mes de febrero. También la llegada de la imagen de la Virgen que, como sabéis estuvo guardada hasta su bendición en una de las capillas de la casa de los jesuitas, y por ello pude orar tantas veces a solas ante ella, cara a cara. Todos aquellos momentos de hermandad, celebrando la eucaristía, orando juntos, o compartiendo la vida: las alegrías y las penas en sus muchas modalidades. De entre todos ellos, me viene a la cabeza una conversación que tuvimos aquí varios hermanos, después de un Vía Lucís diocesano, en la que decíamos lo bien que estaría la Hermandad en esta iglesia de San Sebastián, pero también toda la dificultad que esto entrañaba.
Sin embargo, el hecho de que hoy nos encontremos aquí, dando gloria a Dios en este templo, demuestra que las dificultades de la vida (y también de la vida cofrade) se superan cuando se camina poquito a poco, y sobre todo de la mano del Señor.
En el fondo, esa es la clave de todas las hermandades, y también de toda vida cristiana: el caminar junto al Señor y su Madre, dando testimonio de la fe y afrontando las dificultades confiando siempre en su ayuda. Algo que esta hermandad ha tenido claro desde sus inicios, cuando eligió el lema Dios es amor, para comenzar su proyecto de fe y fraternidad.
Hoy, años después, vemos que las cosas han cambiado, pero la esencia es la misma. Ha cambiado el espacio que hoy es nuestra sede canónica, ha cambiado el número de los hermanos y, consecuentemente del cortejo procesional, y también, han cambiado las circunstancias sanitarias, aunque esperemos que este año 2021 sea el último en el que el dicho de La procesión va por dentro, no sea una metáfora y podamos poder volver a salir a disfrutar a las calles, dando testimonio público de nuestra fe.
Sin embargo, creo el Evangelio de hoy puede darnos una clave importante para que ni los cambios y el crecimiento de la hermandad, ni las ganas que todos tenemos de volver a salir en procesión nos alejen de la que es la esencia tanto de la vida de hermandad como de la Estación de Penitencia. Y es que a veces puede pasarnos como a los letrados y fariseos que, deseosos como estaban de ver un milagro, no eran capaces de reconocer que aquel que tenían delante: Jesucristo, era más grande que todos sus milagros, puesto que era el Mesías, el Hijo de Dios. Nosotros en ocasiones, deseamos también ver grandes cosas.
Quizá, en nuestro tiempo, más escéptico, no sean tanto los milagros como las realidades grandilocuentes y vistosas de las hermandades y cofradías: los enseres, ajuares, nazarenos en las calles, los pasos y tantas otras cosas. Y esto nos impide ver que entre nosotros está aquel que es más que Jonás y más que Salomón (como decía el Evangelio), que es quien inspira, sostiene, da vida y sentido a nuestra vivencia de hermandad. Porque en el fondo, todos los que estamos aquí sabemos que, sin Él, a quien veneramos con la advocación del Despojado, toda nuestra vida como cofrades sería una pantomima sin sentido, o, peor aún, se convertiría en una hipocresía, en un culto vacío o en un fariseísmo .
Por eso necesitamos tanto volver a Él de vez en cuando, acercarnos a su mirada interpelante, a su despojo radical, a su abandono al Padre, a su amor a los hombres, para descubrir así quién es Jesucristo, quién es el Despojado que nos convoca y también para comprender a qué es a lo que nos llama como Hermandad que lleva su nombre. Porque a los pies del Despojado se entiende bien qué significa el lema Dios es amor del que hablaba antes. No es una frase bonita o de autoayuda, sino que nos habla de un amor hasta el extremo, un amor que despoja de todo, que pone a l otro en el centro, que perdona incluso a quien le hace mal sin arrepentimiento, que entrega y que, así, plenifica y salva.
Este es el amor de Dios al que nuestra hermandad está llamada a testimoniar con su vida cotidiana, de la que sus salidas procesionales quieren ser un reflejo y un pregón en las calles. Una hermandad que muestre que Cristo vive y nos llama a anunciarlo en medio de esta sociedad que a veces parece haberlo olvidado o ignorado. Una hermandad que viva del amor de Dios y lo transmita en sus relaciones fraternas, en su acogida de los nuevos hermanos, en su labor caritativa con aquellos que sufren. Una hermandad que sea una isla, que no se deja contagiar por tantas actitudes egoístas y beligerantes del mundo, sino que se alimenta del amor de aquel que se entregó y despojó de todo por nosotros. Una hermandad que es faro que ilumina a aquellos que han perdido la Esperanza, porque no creen ya en el amor desinteresado y en el perdón.
En definitiva, una hermandad que sabe que tiene un tesoro que vale más que todos sus enseres y que toda la belleza de sus altares de cultos y sus procesiones. Un tesoro que es su centro: Jesucristo, aquel que es más que Jonás y Salomón, y por ello inspira y da sentido a todo lo que hacemos.
Que María Santísima de la Caridad y del Consuelo interceda por nosotros, puesto que ella fue la primera que llevó en procesión a su hijo en su seno, y después lo siguió hasta el Calvario.
Acción de Gracias
Damos gracias a Dios por la reciente ordenación de N.H. Dani al servicio de la Iglesia en la Compañía de Jesús. Damos gracias a Dios por su ministerio, por su ejemplo de entrega al servicio del Reino y por el entusiasmo y la certeza con la que alienta a los cofrades a descubrir, cultivar y hacer crecer su fe.
Gracias Señor por la vida y la vocación de Daniel Cuesta, como jesuita y sacerdote y por los frutos que ha dado en todos los lugares a los que ha sido enviado.