23 noviembre 2018

El Camino del Agua. Naturaleza y Paz para el espíritu (Sierra de Francia - Salamanca)

Cada año, cuando llega la estación del otoño, me gusta recorrer los bellos parajes que nos ofrece la Sierra de Francia. En esta ocasión, y acompañado de mi amigo Manuel Alonso Diego, nos propusimos hacer la ruta conocida como “El Camino del Agua”.

De este modo, el pasado domingo 4 de Noviembre de 2018, pusimos rumbo hacia la localidad salmantina de Mogarraz. ¿Por qué Mogarraz? Sencillamente porque la ruta discurre entre este bonito pueblo y el no menos de Monforte de la Sierra. El día, para hacer senderismo, podría calificarse de idóneo, aunque no tan apto para hacer fotografías, pues la presencia baja de las nubes – a veces niebla – impedía tomar instantáneas con más luminosidad ante la ausencia de los rayos del sol. Un “pero” insignificante comparado con la extraordinaria belleza del camino.






Así que, inspirados en las palabras de Francisco de Asís “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba”, con buen calzado y el teléfono en modo avión, iniciamos el recorrido de los poco más de 6 kilómetros circulares en busca de esa paz que tanto añoramos los capitalinos y, como es obvio, dispuestos a dejarnos llevar por la grandeza natural del entorno.















Con escasos 500 metros recorridos, nos dimos de bruces con la primera de las diferentes esculturas que se encuentran a lo largo del camino. Esculturas que a primera vista puede parecer que distorsionan con el resto del paisaje. Nada más lejos de la realidad. En este caso, se trataba de “K’oa”, una serie de jaulas dispuestas de tal modo que pareciese que en su interior se entronizaba toda la naturaleza que nos rodeaba. En la base de éstas, llaman la atención una serie de inscripciones referidas a la Creación del Todopoderoso.











 
A cada paso, uno siente que se adentra en un laberinto de sonidos, a veces silenciosos, que se entremezclan con el colorido de la extensa y variada vegetación de esta época del año. Apenas hablamos, salvo para poner en valor la extraordinaria presencia de árboles, rocas, musgos, plantas o vistas espectaculares.












Dejados llevar por la serenidad del entorno, nos recibió “Serena”. Obnubilado ante lo que descubría a lo largo del sendero, me costó comprender qué podía hacer una estatua de una sirena en plena sierra. La ignorancia es lo que tiene… “Serena” es toda una metáfora dedicada a la sirena que cuida y vigila las aguas de un afluente del río Milano, aunque en ese punto del recorrido aún no puede vislumbrarse, solo disfrutar del sonido del agua surcando las piedras y rocas que lo atraviesan.








“Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar…” Desconozco si Antonio Machado visitó estos lares para inspirarse en “Proverbios y cantares” pero si puedo aseguraros que de vez en cuando echaba la vista atrás, como me gusta hacer en mi vida, pues es importante para valorar el presente conocer de dónde venimos y hacia dónde vamos.







  
Y como al andar se hace camino, la ruta nos lleva hasta la carretera que enlaza los dos pueblos, Mogarraz y Monforte (tanto monta, monta tanto). Mientras intentamos acoplar nuestros caminar por el asfalto, nos topamos a la izquierda de la carretera con lo que se conoce como “El Mirador de Monforte”, apelativo más que acertado pues desde él la vista se pierde en busca de Mogarraz, que sobre sale en lo alto entre la vasta vegetación rodeado de nubes blancas entre el azul intenso del cielo. Por si no fuera suficiente, una nueva escultura se pone a nuestros pies. Sinceramente no puedo decir con exactitud lo que significa, aunque el mayor parecido pueda ser el de una aguja, a través de cuyo agujero es imposible reprimirse y mirar a través de él. Tomar fotografías de calidad es más para profesionales, aunque a fe que lo intenté.














Nuestro caminar por la carretera concluye en Monforte de la Sierra, junto a una fuente de agua potable que lleva una inscripción dedicada al propio “camino del agua”. Y por mucho que el evangelista Mateo (26:41) nos advirtiese “Estén alerta y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil”, no pudimos contener nuestro deseo de hacer una parada en el bar. Una forma como otra cualquiera de ingerir bebida y alimento para el camino, aunque mejor hubiera sido ir provistos de agua y alguna vianda llevada de casa. Pero a favor de ello, hay que decir que gozamos del calor de la chimenea, de una cerveza fresquita con su tapa correspondiente, y de la hospitalidad de la dueña.

A partir de aquí el camino toma pendiente hacia abajo. Para los que somos vagos por naturaleza, decir que la bajada viene de perlillas, aunque no os oculto que según disfrutaba de ella a la vez pensaba: “es indudable que para llegar hasta el agua hay que bajar… pero me temo que después habrá que subir”.









Los que me conocéis, me habéis escuchado en más de una ocasión que “nada pasa por casualidad”. Y no por casualidad nos encontramos sujeta a un pilar una estampa de la Virgen del Carmen. ¿Acaso la Reina del Monte Carmelo nos quiso cubrir y proteger con su bendito escapulario? No tengo la menor duda.




  
Continuamos el descenso, como he dicho de un desnivel considerable, que nos llevó sin solución de continuidad hasta las aguas del Milano y Arromilano, aun con poco caudal pero dignos de disfrutar como de cada uno de los lados del camino hasta llegar a ellos. Para entonces, la temperatura había descendido a la par que el camino, por lo que acertamos a la hora de llevar prendas de abrigo. La ausencia antes significada del sol, la humedad del río y el “solombrío” del bosque son la causa principal de lo que os cuento, aunque tal vez sea preferible esto a tener que soportar los calores de la época estival. Permitirme un desliz en mi relato: ¡El paraíso existe… y está muy cercano a nosotros! No tengo palabras para describir tantas sensaciones como las que se agolpan cuando te encuentras ante semejante espectáculo de la naturaleza. A uno solo le queda observar, dar el disparador de la cámara, dejarse llevar… y gozar ante tanta belleza.












Después de un buen rato dedicado al disfrute del río, continuamos la marcha. Nada más dejar el río atrás, nos encontramos con otras de las muestras de arte que “aderezan” el camino. Se las conoce como las “Siete sillas para escuchar” y están distribuidas a lo largo de toda la subida a Mogarraz, desde el propio Arromilano, pasando por los puentes de los Molinos y del Pontón.   






















Con cerca de dos horas caminando entre los sonidos del agua, el colorido y olor de la vegetación, algo ya cansados, pero inmensamente relajados ante tanta calma, serenidad y sí, paz interior, nos dispusimos a encarar la subida a nuestro punto de partida, Mogarraz. Antes os decía que todo lo que se baja después hay que subirlo. Reconozco que para mi fue la parte más dura de la ruta, pues al cansancio acumulado, había que sumar la pendiente y que se acercaba la hora de comer.















Por suerte, y a pesar de lo empedrado del camino y del desnivel, la naturaleza de nuevo se alío con nosotros invitándonos a disfrutar de múltiples encantos de la zona, entre los que no faltaron setas, moras o madroños.








































A escasos metros de Mogarraz, o lo que es lo mismo, a punto de terminar la ruta, sobresale la “Cruz de Mingo Molino”. Otro mirador similar al anterior, aunque en esta ocasión – con alguna dificultad por la niebla – pudimos ver a lo lejos Monforte de la Sierra. Ya solo nos quedaba atravesar el pueblo, no sin antes toparnos con un extraordinario ejemplar oriundo de la zona, “El cerdo de San Antón”, historia que junto con el de la localidad de La Alberca os invito a leer en libros o espacios dedicados a estos dos preciosos pueblos de la Sierra de Francia, sin dejar de lado al propio Monforte, San Martín del Castañar, etc.











No quiero terminar sin antes dar las gracias a mi amigo y “compañero de fatigas” Manolo, que me conoce como nadie y me soporta como pocos. Para él y para todos vosotros, estas palabras del Papa Francisco que considero son la mejor forma de despedir este post.

“Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización. Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva. (De la Encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado de la casa común)