La mañana del Sábado Santo sevillana se convirtió en todo un acontecimiento para muchos, al llevarse a cabo los traslados de las dos hermandades que hubieron de suspender su Estación de Penitencia en la Madrugá del Viernes Santo: Los Gitanos y Triana. Desde la Iglesia de la Anunciación y desde la Catedral partieron ambos cortejos respectivamente con dirección a sus sedes canónicas. De este modo, los aledaños de la Plaza de la Encarnación y del entorno catedralicio, se plagaron de fieles que no quisieron perderse estas singulares “procesiones” (sin los hábitos y música característicos) acompañando al Señor de la Salud y la Virgen de la Angustias por un lado y al Santísimo Cristo de las Tres Caídas y a la Esperanza de Triana por otro.
Y de nuevo la lluvia dio al traste con la ilusión de muchos, incluso la mía, al ser la culpable de una suspensión más. Jesús Resucitado y la Virgen de la Aurora junto a los miembros de la hermandad, tuvieron que quedarse en la Iglesia de Santa Marina, lugar al que acudimos para visitar a las Sagradas Imágenes de la Hermandad de la Resurrección y a la vez otras capillas como la de mi querida Hermandad de Cristo de Burgos – ¡qué momentos viví en la recogida del Miércoles Santo! – o la Hermandad del Valle.
De este modo puse final a mi estancia en Sevilla, donde te puedo asegurar que, a pesar de la inclemencias del tiempo, he vivido, compartido y disfrutado de momentos que se me antojan irrepetibles y que sin duda han servido para enriquecer mi condición de cofrade, incrementar mi fe, estrechar lazos con mis hermanos y hermanas y, especialmente, para que mi corazón macareno sienta más cerca si cabe la presencia de la Esperanza y de su Hijo Sentenciado, que ha Resucitado como estaba escrito. Feliz Pascua, ¡Aleluya, Aleluya!