Por mucho que nos vistamos de Papá Noel, no por ello nuestro corazón vivirá la aventura de santidad de San Nicolás. De igual manera, por mucho que decoremos estos días nuestra casa con signos navideños, no por ello viviremos la Navidad.
La verdadera Navidad nos ilumina con los resplandores que brotan de las cinco puntas de su estrella:
1 – Navidad es regalo. Jesús entre nosotros. Es una iniciativa del Padre para la salvación de todos los hombres. Este acontecimiento le celebramos cada año, incluso cada día en la Eucaristía. No viene condicionado por la voluntad de los hombres. Acontece por pura Gracia al margen de nuestro deseo, de nuestra preparación o de nuestra falta de fe. Nosotros, los hombres, podemos perder la fe en Dios tras cualquier esquina de la vida; Dios, en cambio, nunca ha perdido la fe en el hombre y por eso envía a su Hijo para que se encarne y comparta su vida con nosotros.
2 – Navidad es misterio. Que Dios se haga hombre es algo que no nos entra en la cabeza. Es demasiado. Por eso tenemos que hablar de misterio: algo que nos desborda y nos deja con la boca abierta llenos de admiración. En Jesús se cruzan los caminos del tiempo y de la eternidad; se entremezcla la divinidad y la humanidad. Dios en Jesús se hace niño, adolescente, joven, adulto. Dios en Jesús se dispone a sufrir hasta la muerte de cruz. Nunca nos hubiéramos atrevido a pedir un milagro así; ni siquiera lo habíamos imaginado. Sin embargo, Dios nos ama hasta ese extremo. Dios se hace persona como tú y como yo. Es demasiado, es un gran misterio que sólo podemos acoger de rodillas, en profunda adoración y con acción de gracias.
3 – Navidad es liturgia. El que hace un regalo lo entrega cuando quiere y como quiere. La liturgia cristiana es el cauce por donde Dios ha querido que nos llegue su Gracia, su salvación. Jesús se hace verdaderamente presente entre nosotros en la liturgia eclesial: en la asamblea (“donde haya dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo”), en la proclamación de la Palabra (“Palabra del Señor” respondemos tras escuchar el Evangelio), en la Eucaristía (“El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él”). No es posible celebrar la verdadera Navidad sin participar en la liturgia.
4 – Navidad es solidaridad. Si hoy, como entonces los pastores, tuviéramos que encaminar nuestros pasos hacia el portal de Belén, no nos equivocaríamos si fuéramos a la casa de los pobres, enfermos, ancianos, si fuéramos a la cárcel o a la búsqueda de las pateras en la costa. Jesús está en los débiles. La Navidad, por tanto, ha de celebrarse solidariamente, pensando en ellos y compartiendo con ellos. Derrochar dinero en Navidad es el pecado más grande contra la fiesta. La denuncia que cada año hace la Iglesia es necesaria y urgente en nuestra actual sociedad de consumo.
5 – Navidad es cultura. Si el deseo de la Iglesia es que la fe se haga cultura, en Navidad, gracias a Dios, lo tiene conseguido y nos alegramos por ello. El nacimiento de Jesús desborda de cultura propia nuestras casas, pueblos y ciudades: representaciones, conciertos, escaparates, iluminación en calles y plazas, reuniones familiares, comidas y cenas, regalos para familiares, amigos y clientes, cartas y llamadas telefónicas, belenes y árboles, cabalgatas, pregones… Creyentes y no creyentes, políticos de la derecha y de la izquierda, empresarios y obreros, soldados y civiles, dándose la mano y llenos de buena voluntad, firman treguas de paz y se felicitan mutuamente. Y todos nosotros, por la calle, nos deseamos: ¡Feliz Navidad!