Me agrada escribir y compartir contigo este post en un día como hoy. ¡Feliz Año, especialmente para cuantos creemos que en apenas veintitantos días vamos a conmemorar la venida del Salvador!
Hoy hemos dado comienzo a un nuevo ciclo litúrgico (A) que vamos a ir recorriendo de la mano del evangelista Mateo, al que se unirá el evangelio de Juan en determinados momentos del año, como es el Adviento, la Navidad, la Cuaresma y/o la Pascua.
Y tan importante como el inicio de este nuevo curso cristiano, lo es también que hoy, 1 de Diciembre de 2013, hemos encendido la primera vela en nuestra particular “corona de Adviento”. Sí, querido amigo/a, hoy ya es Adviento, hoy es “Tiempo por y para la Esperanza”.
Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo…
Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo,
a quien pondrás por nombre Jesús.
El será grande y será llamado Hijo del Altísimo,
y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;
reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.
El Espíritu Santo vendrá sobre ti
y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra;
por eso el que ha de nacer será santo
y será llamado Hijo de Dios.
He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra...
No son muchos los pasajes que los textos sagrados reservan a la Madre de Dios, a Nuestra Esperanza, pero sin duda – al menos para mí - el anuncio del arcángel San Gabriel que nos narra el evangelista Lucas, no solamente es de los más hermosos de la Biblia, sino que también está plagado de un inmenso simbolismo. El anuncio de la venida del Salvador es más que la proclamación de un embarazo, de un nacimiento,… Es un mensaje puro y duro que, entonces y ahora, llevamos tiempo esperando. Una nueva que recoge por igual mensajes de paz, de alegría, de ilusión, de felicidad, de Esperanza. Ella, Nuestra Madre, es también la gran protagonista de estos primeros días de Diciembre. Su “sí” rotundo – me pregunto si realmente era consciente de ello – la han convertido en el sagrario que cualquier mujer, cualquier madre, hubiese querido para ella. ¿Qué mejor refugio para albergar a quien años después se “Despojó” de todo rango, acatando una injusta “Sentencia” para morir en la Cruz?
Decimos que el Adviento es “Tiempo de Esperanza”. Y no es una afirmación gratuita, propia de curas, teólogos o cristianos convencidos. No podemos quedarnos, por muy bonito o emotivo que resulte, en el estricto mensaje de la anunciación. Poco o nada aportará este “Tiempo de Esperanza” si todo lo dejamos en manos de la Madre, pues una vez recibido el Consuelo a través de su Caridad inmensa, nos encontraríamos de nuevo inmersos en la noche oscura de nuestras miserias, de nuestros pecados y debilidades, de nuestros miedos e inseguridades.
Del mismo modo que la Cuaresma es tiempo de reflexión, de renovación, de promesas, se me antoja que el Adviento no lo es menos y que nos invita a un cambio de actitud, de transformación, de compromiso. Y todo ello, fundamentalmente, desde el pleno convencimiento de que la venida de Jesús de Nazaret conlleva una mutación en cuanto a nuestras relaciones con los demás. De lo contrario, habremos vivido una Navidad más disfrazada de gestos solidarios de cara a la galería, de abrazos y besos plagados de hipocresía y plena de alegrías materiales que como muchos nos dejarán la cuenta corriente en números rojos, el colesterol por las nubes y un vacío en nuestro Espíritu mayor del que teníamos al inicio.
No voy a pecar de utópico, ni pedir peras al olmo, pero si soy “hombre de Esperanza” y creo, amo y siento a la Esperanza como algo consustancial a mi persona, a mis creencias, a mis valores, por lo que permíteme que me alinee con el profeta Isaías y me suba “al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas…” y desde allí poder divisar esa luz que alumbrará nuestras vidas en la Nochebuena de los cristianos con la venida del Niño Dios, del Mesías, del Salvador.
Y te preguntarás ¿qué he de hacer, que habremos de hacer, para que podamos vivir este “Tiempo de Esperanza” con la garantía de que la espera ha merecido la pena? Me sonrío, pues aparece en escena mi apóstol preferido, San Pablo, (al que una aprovechada alude malintencionadamente en su libro sobre la sumisión de la mujer). Cada vez tengo más claro que este hombre es más de esta época que de aquella. Solamente hay que prestar un poco de atención a la carta a los Romanos (13,11-14) que hoy hemos escuchado y que invito a leer:
“Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo”.
Se podrá decir más alto, pero no más claro. En todo caso añadir que al igual que María no dudó al aceptar el compromiso que le exigía el Señor, nosotros – especialmente los miembros de las cofradías y hermandades - también debemos decir “sí” a esa invitación que el Adviento nos ofrece y que la Esperanza sea una realidad en nuestros corazones, en nuestros quehaceres diarios, en nuestra firme y decida voluntad y disposición en favor del bien y del amor hacia los demás, sin olvidar las últimas palabras del evangelio de hoy: “… Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.”