¿Cómo te gusta más la Macarena, sevillano?
¿Con la penumbra del último brillo de su candelería o con la primera luz de la mañana asaltando su rostro en una calleja?
Dime, ¿Cómo te gusta más?
¿En la soledad de su camarín o en la multitud de su Arco?
¿Cómo te gusta más la Macarena?
¿En la suave y llorosa mecida de cualquier segundo de la Estación de Penitencia o en su víspera hebrea de una tarde de paseo?
Dime, sevillano, ¿Cómo te gusta más?
¿Surcando el atronador griterío de corazones que la espera en su salida o recogiendo el caudal de lágrimas que la arropa en su vuelta?
¿Cómo te gusta más la Macarena?
¿En la quietud de Sor Ángela o en el arrebato del Duque?
¿En el silencio de la Catedral o al amparo de las voces de su barrio?
¿Entre el bullicio de calle Parras o en su encuentro con la Anunciación al compás melancólico de Valle?
Dime, ¿Cómo te gusta más?
¿Viéndola llegar, buscándote con su mirada oyéndose de ti, mientras ves su Palio cimbrear por su trasera y te invade esa pegajosa agonía de lo ausente?
Hoy se aparece Dios en el relente
De una noche resuelta en Macarena.
Se me avivan los pulsos bruscamente
Y enloquecen a su paso por las venas
Voy contigo, Señora, hacia la calle
Esperando el milagro y el asombro
Ceñiremos Sevilla por el talle
Y a la luna, el brazo por los hombros
Tú tenme, Macarena, sin medida
Predispuesto a añorarte y a quererte
Porque una aurora entera fue vencida
Para llegar aquí, y poder verte
Y para hincar al pie de tus altares
El peso de mi fe en mis rodillas
Y esperar que en el cielo se dispare
Un repique de amor y campanillas
Que anuncie que la Madre de Sevilla
Llega a casa, feliz, amaneciendo
Tan hermosa, resuelta y tan sencilla
Que hasta el cielo en su amor se le va abriendo
Azahar por los ojos, por las manos
Siento a Dios cabalgando por mis venas
Yo no sé lo que pasa, sevillanos
Cuando miro pasar la Macarena