Han pasado doce años desde aquella otra tarde de agosto. Doce años en los que no sólo Amanda (gracias por parte de estas fotos, mi niña) se ha convertido en una gran mujer; doce años desde que me dijiste “Ángel, entra, que te estoy esperando desde hace tiempo”; doce años en los que he procurado estar cerca de ti y en los que un día me otorgaste el privilegio de ser parte de tus pies en la Madrugada más hermosa del mundo; doce años que han servido para conocer tu bondad, tu amor, tu paciencia, tus cuidados y atenciones por y para mi; doce años en los que he pretendido ser ese buen hijo que quieres de mi, que no tu Hijo, pues es El, quien tras su injusta Sentencia, Despojado, Crucificado y Resucitado, me concede un inmerecido perdón gracias a su generosa misericordia.
Un tiempo en el que solo tu, Madre, conoces el por qué de mis pasos, mis sueños, de mis reacciones, de mis promesas incumplidas, de mis desvelos, de mis llantos y alegrías,… pues Tu eres quien más y mejor sabe indicarme como he de caminar por esta vida que me empeño en no encontrarle sentido. Tu eres quien me das Esperanza y yo quien te promete cambiar, ser mejor persona, mejor cristiano, mejor macareno…, pero que al llegar al Arco ya no me acuerdo de nada.
Por eso que cada vez que acudo a visitarte, cada momento de intimidad que vivimos, tu en tu camarín, yo en el banco, no puedo soportar mi pesar por haberte fallado una vez más. Y siempre, una y otra vez, me ofreces tu mano para que tu Esperanza entre de nuevo en mi corazón y sea capaz de levantarme.
Este martes 20 de agosto estabas inmensamente radiante, a pesar de que mi enturbiada mirada me impedía contemplarte como quería. Me habían dicho que estabas guapísima, pero no creí que tu belleza podía ser tal. Tu belleza es también mi Esperanza, Madre. Y cuando tus ojos se clavaron en mi, no pude contener el llanto como viste, pues cuando una madre mira así a un hijo, él sabe que está dolida, pues no ha sido bueno con sus hermanos y hermanas. A pesar de ello, tu bondad es capaz de traspasar todo mi mal, y me das la confianza para que sea fuerte y para que mi comportamiento sea el que tú deseas, lejos de mis desplantes, ironías, prepotencias o borderías.
Tu visita fue, junto a otros, uno de los mejores regalos de mi cumpleaños, un regalo elegido por mi y que quise compartir con mi familia y también con Sergio (gracias a ti también por la otra parte del reportaje) y que ahora es motivo de esta narración hecha desde el corazón, como últimamente acostumbro a escribir, a expresarme.
Como ves, Mamá, han pasado doce años y parece que todo sigue igual, a pesar de haber pasado muchas cosas en mi vida. Y sigo necesitando tu Esperanza para poder vivir, para poder sentir, para poder amar, para poder soñar, para ser feliz… Gracias por dejarme que me cobije bajo tu manto y perdón por no darte las alegrías que te mereces. Un beso Madre, y un beso macareno para ti también que me sigues incondicionalmente desde este blog que me permite expresarte lo que vivo, lo que siento, lo que es mi vida…