Cada año, cuando llega la estación del otoño, me gusta recorrer los bellos parajes que nos ofrece la Sierra de Francia. En esta ocasión, y acompañado de mi amigo Manuel Alonso Diego,
nos propusimos hacer la ruta conocida como “El Camino del Agua”.
De este modo, el pasado
domingo 4 de Noviembre de 2018, pusimos rumbo hacia la localidad salmantina de
Mogarraz. ¿Por qué Mogarraz? Sencillamente porque la ruta discurre entre este
bonito pueblo y el no menos de Monforte de la Sierra. El día, para hacer
senderismo, podría calificarse de idóneo, aunque no tan apto para hacer
fotografías, pues la presencia baja de las nubes – a veces niebla – impedía tomar
instantáneas con más luminosidad ante la ausencia de los rayos del sol. Un “pero”
insignificante comparado con la extraordinaria belleza del camino.
Así que, inspirados en las palabras de Francisco de Asís “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba”, con buen calzado y el teléfono en modo avión, iniciamos el recorrido de los poco más de 6 kilómetros circulares en busca de esa paz que tanto añoramos los capitalinos y, como es obvio, dispuestos a dejarnos llevar por la grandeza natural del entorno.
Con escasos 500 metros
recorridos, nos dimos de bruces con la primera de las diferentes esculturas que
se encuentran a lo largo del camino. Esculturas que a primera vista puede
parecer que distorsionan con el resto del paisaje. Nada más lejos de la
realidad. En este caso, se trataba de “K’oa”, una serie de jaulas dispuestas de
tal modo que pareciese que en su interior se entronizaba toda la naturaleza que
nos rodeaba. En la base de éstas, llaman la atención una serie de inscripciones
referidas a la Creación del Todopoderoso.
Dejados llevar por la
serenidad del entorno, nos recibió “Serena”. Obnubilado ante lo que descubría a
lo largo del sendero, me costó comprender qué podía hacer una estatua de una
sirena en plena sierra. La ignorancia es lo que tiene… “Serena” es toda una
metáfora dedicada a la sirena que cuida y vigila las aguas de un afluente del
río Milano, aunque en ese punto del recorrido aún no puede vislumbrarse, solo disfrutar
del sonido del agua surcando las piedras y rocas que lo atraviesan.
“Caminante, no hay camino, se
hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se
ve la senda que nunca se ha de volver a pisar…” Desconozco si Antonio Machado
visitó estos lares para inspirarse en “Proverbios y cantares” pero si puedo
aseguraros que de vez en cuando echaba la vista atrás, como me gusta hacer en
mi vida, pues es importante para valorar el presente conocer de dónde venimos y
hacia dónde vamos.
Y como al andar se hace
camino, la ruta nos lleva hasta la carretera que enlaza los dos pueblos,
Mogarraz y Monforte (tanto monta, monta tanto). Mientras intentamos acoplar nuestros
caminar por el asfalto, nos topamos a la izquierda de la carretera con lo que
se conoce como “El Mirador de Monforte”, apelativo más que acertado pues desde
él la vista se pierde en busca de Mogarraz, que sobre sale en lo alto entre la
vasta vegetación rodeado de nubes blancas entre el azul intenso del cielo. Por
si no fuera suficiente, una nueva escultura se pone a nuestros pies.
Sinceramente no puedo decir con exactitud lo que significa, aunque el mayor
parecido pueda ser el de una aguja, a través de cuyo agujero es imposible reprimirse
y mirar a través de él. Tomar fotografías de calidad es más para profesionales,
aunque a fe que lo intenté.
Nuestro caminar por la
carretera concluye en Monforte de la Sierra, junto a una fuente de agua potable
que lleva una inscripción dedicada al propio “camino del agua”. Y por mucho que
el evangelista Mateo (26:41) nos advirtiese “Estén alerta y oren para que no
caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil”, no
pudimos contener nuestro deseo de hacer una parada en el bar. Una forma como
otra cualquiera de ingerir bebida y alimento para el camino, aunque mejor
hubiera sido ir provistos de agua y alguna vianda llevada de casa. Pero a favor
de ello, hay que decir que gozamos del calor de la chimenea, de una cerveza
fresquita con su tapa correspondiente, y de la hospitalidad de la dueña.
A partir de aquí el camino
toma pendiente hacia abajo. Para los que somos vagos por naturaleza, decir que
la bajada viene de perlillas, aunque no os oculto que según disfrutaba de ella
a la vez pensaba: “es indudable que para llegar hasta el agua hay que bajar…
pero me temo que después habrá que subir”.
Los que me conocéis, me habéis escuchado
en más de una ocasión que “nada pasa por casualidad”. Y no por casualidad nos
encontramos sujeta a un pilar una estampa de la Virgen del Carmen. ¿Acaso la
Reina del Monte Carmelo nos quiso cubrir y proteger con su bendito escapulario?
No tengo la menor duda.
Continuamos el descenso, como
he dicho de un desnivel considerable, que nos llevó sin solución de continuidad
hasta las aguas del Milano y Arromilano, aun con poco caudal pero dignos de
disfrutar como de cada uno de los lados del camino hasta llegar a ellos. Para
entonces, la temperatura había descendido a la par que el camino, por lo que
acertamos a la hora de llevar prendas de abrigo. La ausencia antes significada
del sol, la humedad del río y el “solombrío” del bosque son la causa principal
de lo que os cuento, aunque tal vez sea preferible esto a tener que soportar
los calores de la época estival. Permitirme un desliz en mi relato: ¡El paraíso
existe… y está muy cercano a nosotros! No tengo palabras para describir tantas
sensaciones como las que se agolpan cuando te encuentras ante semejante
espectáculo de la naturaleza. A uno solo le queda observar, dar el disparador
de la cámara, dejarse llevar… y gozar ante tanta belleza.
Después de un buen rato
dedicado al disfrute del río, continuamos la marcha. Nada más dejar el río
atrás, nos encontramos con otras de las muestras de arte que “aderezan” el
camino. Se las conoce como las “Siete sillas para escuchar” y están distribuidas
a lo largo de toda la subida a Mogarraz, desde el propio Arromilano, pasando
por los puentes de los Molinos y del Pontón.
Con cerca de dos horas
caminando entre los sonidos del agua, el colorido y olor de la vegetación, algo
ya cansados, pero inmensamente relajados ante tanta calma, serenidad y sí, paz
interior, nos dispusimos a encarar la subida a nuestro punto de partida,
Mogarraz. Antes os decía que todo lo que se baja después hay que subirlo. Reconozco
que para mi fue la parte más dura de la ruta, pues al cansancio acumulado, había
que sumar la pendiente y que se acercaba la hora de comer.
Por suerte, y a pesar de lo
empedrado del camino y del desnivel, la naturaleza de nuevo se alío con
nosotros invitándonos a disfrutar de múltiples encantos de la zona, entre los
que no faltaron setas, moras o madroños.
A escasos metros de Mogarraz,
o lo que es lo mismo, a punto de terminar la ruta, sobresale la “Cruz de Mingo
Molino”. Otro mirador similar al anterior, aunque en esta ocasión – con alguna
dificultad por la niebla – pudimos ver a lo lejos Monforte de la Sierra. Ya
solo nos quedaba atravesar el pueblo, no sin antes toparnos con un extraordinario
ejemplar oriundo de la zona, “El cerdo de San Antón”, historia que junto con el
de la localidad de La Alberca os invito a leer en libros o espacios dedicados a
estos dos preciosos pueblos de la Sierra de Francia, sin dejar de lado al
propio Monforte, San Martín del Castañar, etc.
No quiero terminar sin antes
dar las gracias a mi amigo y “compañero de fatigas” Manolo, que me conoce como
nadie y me soporta como pocos. Para él y para todos vosotros, estas palabras
del Papa Francisco que considero son la mejor forma de despedir este post.
“Hago una invitación urgente a
un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta.
Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental
que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El
movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha
generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización. Lamentablemente,
muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen
ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la
falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de
solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la
indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones
técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva. (De la Encíclica Laudato
Si’ sobre el cuidado de la casa común)