Que hoy te hable de Estepa (Sevilla) tampoco es una casualidad, ni tan siquiera del destino. He visitado esta preciosa localidad porque a ella me unen vínculos muy estrechos, plagados de enormes y maravillosos sentimientos – pese a quien le pese – Sentimientos que tras mi vuelta son aún más grandes, pues mi corazón viene acompañado del cariño de gentes que me han acogido con los brazos abiertos, permitiendo alojarme en el hogar más grande que el ser humano puede tener: su corazón. Vaya por tanto este post dedicado de un modo especial a Conchi y Lucía, a Clara, a las “Remes”, a Rafa, a Ana y Ana María, a Mariola y Maite, a María del Mar, a Inmaculada y Rafa “Churrasca” (Camaleón Tatto), a las cajeras del “Mercadona”, a mi paisano de la mejor tienda de ropa “Delfín Sport Wear”, a la “Mantecaera” de la rotonda y, por supuesto, a Ro…
Decirte que Estepa es mucho más que el “conflicto de los Chorizos” es una obviedad tan grande como el aroma a canela y ajonjolí que se respira por doquier. En esta época, sus cerca de 30 empresas dedicadas a la elaboración de mantecados y polvorones empiezan su actividad, que tendrá como colofón las fiestas navideñas. Puedo asegurarte que si mi estancia en Estepa fuera mayor, iría de cabeza al infierno por mi excesiva gula. Uno no es capaz de resistir los deseos del paladar y Estepa es ese lugar donde los golosos perdemos la cabeza por darle gusto al estómago.
Desde Sevilla apenas dista una hora en coche. Según te vas aproximando a la localidad, descubres que, a diferencia de otros municipios de los alrededores, Estepa puede contemplarse en todo su esplendor gracias a su altitud, lo que permite observar sin esfuerzo a las vecinas Herrera, Puente Genil, Osuna o Écija, entre otras. Esta extraordinaria ubicación geográfica ha contribuido a que Estepa sea conocida como “El Balcón de Andalucía” y a fe te digo que es rotundamente cierto, no en vano, y desde su espectacular Cerro de San Cristóbal, pueden divisarse tanto Córdoba, como Málaga o la propia Sevilla.
Con sumo agrado compruebo como la mujer está incorporada al mercado del trabajo gracias a la citada industria de los dulces, así como a otro hecho que desconocía hasta que me topé con una valla publicitaria en plena autovía, en la que ponía todo su énfasis en la producción de aceite de oliva, con denominación propia y de exquisito valor, sabor y efectos beneficiosos para la salud. Es por ello que Estepa recibe a diario habitantes de los alrededores que han encontrado en estas industrias su manera de subsistir en estos tiempos difíciles.
Tal vez me equivoque si mi visión de Estepa me hace creer que urbanísticamente está divida en dos. Por un lado, lo que podría considerarse como la “Estepa cosmopolita”, con la Avenida de Andalucía como eje transversal o divisor y la “Estepa de montaña a dentro”, la de sus largas y estrechas cuestas que se convierten en las más hermosas arterias para que el corazón lata muy deprisa, ya no solo por el esfuerzo físico, sino por las sensaciones que provocan en el viandante.
Esto que te cuento, expresado con toda la pasión que uno puede poner tras cerrar los ojos y recordar esos paseos por la calle Mesones, Écija, San Antonio, Libertad, Molinos, Concepción o Santa Ana, tuvo su fundamento y reconocimiento cuando en 1965 fue considerado y declarado Conjunto Histórico – Artístico.
Desde cualesquiera de estas u otras empedradas calles ubicadas en el Cerro (de San Cristóbal) tuve la fortuna de “darme de bruces” con un sinfín de arcos enmarcados entre una y otra calle; arcos que no pasan desapercibidos y que se convierten en la mejor postal que el fotógrafo pueda realizar. Desde ellos, entre adoquines y casas de dos plantas, con variados y múltiples enrejados en sus ventanas y balcones, van surgiendo monumentos de la talla de la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, la de San Sebastián, la de Nuestra Señora de la Asunción (la Patrona) o la de los Remedios; Conventos como el de Santa Ángela de la Cruz o el de San Francisco; plazas como la del Llanete, la de Poley o la del Carmen (Ayuntamiento). Y así hasta que este bloguero no puede evitar ponerse a los pies de la majestuosa Torre de la Victoria (perteneciente a la antigua iglesia del mismo nombre).
Torre de la Victoria en la que es imposible no detenerse. Si bonita es de día, más bella resulta aún en la noche estepeña iluminada por sus cuatro “costeros” en los que la mirada se pierde entre el barroquismo de sus piedras talladas y labradas, presentando un conjunto arquitectónico que con gusto hubiera traído en mi maleta para posarla en mi querida Salamanca.
Podría seguir escribiendo horas y no por ello conseguir transmitirte con perfección y como se merece, todos los encantos que hacen de esta tierra un lugar para visitar una y mil veces.
Encantos que, como no podía ser de otra manera, se encuentran también en la imaginería cofrade (lástima que muchas de sus sedes canónicas estuvieran la mayor parte del tiempo cerradas). Estepa es Sevilla y por tanto no es ajena a esta costumbre y tradición de la que tanto disfrutamos los semanasanteros. Por no cansarte con la lectura y sin desmerecer con ello a otras Sagradas Imágenes, mencionarte e invitarte a que disfrutes cuando puedas de la belleza de las tallas de la Virgen de la Esperanza Coronada, de Nuestro Padre Jesús Nazareno o del Misterio conocido como “El Cristo”, un “barco” que nada tiene que envidiar a otros de ciudades de mayor renombre.
No pude por menos que acordarme de Cateja Teatro, grupo albercano que representa la Pasión de Cristo de un modo magistral y único. Te preguntarás qué pasó por mi mente para unir dos pueblos tan distantes como son La Alberca, ubicada en las faldas de la Sierra de Francia salmantina, y Estepa, de la que como ves tan gratos recuerdos guardo. La respuesta no es otra que el singular Vía Crucis, que lo largo de las calles que te llevan al Cerro, y a través de preciosos azulejos, representan todas y cada de las distintas estaciones. Y es aquí donde mis ojos vuelven a cerrarse, imaginando esa representación de la Pasión y Muerte de Cristo, por las empinadas, angostas y empedradas calles de Estepa, rodeadas de iglesias, plazas y rincones, y culminando en lo alto del propio Cerro, como si del Monte Calvario se tratase.
Al principio del post te comentaba que Estepa también es conocida como “El Balcón de Andalucía”. Pues te cuento: una vez que llegas a la cima, resulta complicado mantener fija la vista en una única dirección. Por un lado, y en dirección a Granada, se divisa no sólo la ciudad de la Alhambra, sino su importante cantera de mármol. O el Convento de Santa Clara próximo a los restos de antiguo Alcázar o a la Torre del Homenaje.
Y por si todo esto no fuera suficiente para enriquecer el contenido de este post, Estepa tiene a gala, junto con otras localidades sevillanas, celebrar la festividad de Santa Ana, lo que me permitió disfrutar de la “Velá” organizada en su honor y en la que no faltan las atracciones de feria, puestos de venta de chucherías, bisutería, ropa, zapatos… y, por supuesto, degustar las ricas tapas que los distintos bares y restaurantes te ofrecen a lo largo de la citada avenida de Andalucía y en los aledaños a la ermita de la madre de la Santísima Virgen, Santa Ana.
Concluyo como empecé, haciendo mención a sus gentes. Gentes que se muestran ante ti como si de un paisano más se tratara, tanto da si te hablo de estepeños sentados “al fresco” en esas calurosas noches de Julio, o de chiquillos jugando al balón en cualquiera de sus plazas. No te asombres si te digo – y no es broma – que al final de mi estancia allí no podía evitar que mis frases también concluyesen con su peculiar entonación alargando “el compás” de las palabras.
Muchas más historias o anécdotas podría narrarte, como lo sorprendente que resulta que no exista semáforo alguno a lo largo y ancho de todo el pueblo, lo cual no es sinónimo de caos circulatorio, sino todo lo contrario. Por otra parte, y aprovecho esta ventana virtual para sumarme a quienes así lo reivindican, cuesta admitir que no exista tampoco contenedor alguno de basura (si en cambio de reciclado) lo que obliga a los ciudadanos a depositar sus bolsas a unas horas concretas de la tarde noche junto a árboles, papeleras o farolas. Seguro que el alcalde y su equipo de corporación municipal ya están sobre ello y pronto encontrarán una solución que ponga fin a este pequeño lunar que no resta esplendor a este espectacular y fascinante pueblo al que espero regresar pronto.
Y de este modo, mientras el sol se escondía por la campiña,
puse rumbo de nuevo a tierras charras
recordando emocionado las palabras que aquel anciano me decía:
¡Ah, de Salamanca! ¡De allí era el gran cantaor Rafael Farina!