Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo - 26 de junio de 2011
El Dios que sacó de Egipto a Israel lo alimento en el desierto con un maná que no habían conocido sus padres. Por dos veces lo repite el texto bíblico que se lee en la primera lectura de esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo (Dt 2-3. 14-16). El maná no lo habían conocido los padres antiguos. Pero el pan de Cristo no lo reconocen muchas gentes de hoy.
“Todo fue así: tu voz, tu dulce aliento
sobre un trozo de pan que bendijiste,
que en humildad partiste y repartiste
haciendo despedida y testamento”
Así comienza uno de los sonetos que Antonio y Carlos Murciano titularon como “Corpus Christi”. La voz, el aliento y la humildad de Jesús determinan el prodigio. Tres verbos lo describen: bendecir, partir y repartir. Y de pronto el pan se convierte en signo que significa y realiza para siempre la despedida del amante y el testamento del amor.
EL MANÁ Y EL PAN
Quienes han visitado la Tierra Santa recordarán la hermosa iglesia que, cerca de Cafarnaúm, recuerda que Jesús alimentó a una enorme multitud con unos panes y unos peces. A los pies del altar se encuentra un famoso mosaico de fines del siglo V. Dos peces flanquean un canastillo en el que pueden verse cuatro panes.
¿No eran cinco los panes multiplicados por Jesús? Siempre hay alguien que observa y pregunta. Ante el asombro de los peregrinos, el guía suele apuntar hacia la mesa del altar. No falta nada. El quinto pan es el cuerpo de Cristo, que se parte y se reparte como alimento para el camino y como signo de su entrega.
Cerca de allí, en la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús explicó el signo. Resultó escandaloso para todos escuchar que se presentaba a sí mismo usando la imagen del maná que alimentara a Israel en el desierto: “Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron. El que come este pan vivirá para siempre”.
EL PAN Y LA VIDA
Inmediatamente antes, Jesús se había presentado con una de esas frases que evocan la presentación de Dios a Moisés: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Un triple mensaje en el que se entrecruzan los tiempos y la historia.
• “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. Una mirada a un pasado cercano. Como el antiguo mana también Jesús ha venido de Dios. Él es el pan definitivo. El don de Dios para el hambre de los hombres. Para esa hambruna de sentido y de armonía que no logra saciar ninguno de los bienes de este mundo.
• “El que come de este pan vivirá para siempre”. Una mirada a un futuro que se asoma al horizonte de la persona y de la historia. La vida es un tesoro. Como el amor y la alegría, la vida reclama duración y permanencia. El pan de Jesús es su palabra y es su cuerpo. En él se garantiza una vida sin ocaso.
• “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Una mirada que se detiene en el presente, en el que se fraguan las opciones. El pan del Señor nos alimenta y nos alienta. Nos une y nos reúne en familia de amor y de proyectos. Nos despierta a la vida y abre nuestros ojos a una fraternidad nueva y responsable.
- Señor Jesucristo, que te entregas a nosotros en los signos del pan y del vino, agradecemos tu entrega y tu presencia y te pedimos que nos ayudes a sentarnos a tu mesa con sincero ánimo de hermanos. Amén.
José-Román Flecha Andrés
Universidad Pontificia de Salamanca
El Dios que sacó de Egipto a Israel lo alimento en el desierto con un maná que no habían conocido sus padres. Por dos veces lo repite el texto bíblico que se lee en la primera lectura de esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo (Dt 2-3. 14-16). El maná no lo habían conocido los padres antiguos. Pero el pan de Cristo no lo reconocen muchas gentes de hoy.
“Todo fue así: tu voz, tu dulce aliento
sobre un trozo de pan que bendijiste,
que en humildad partiste y repartiste
haciendo despedida y testamento”
Así comienza uno de los sonetos que Antonio y Carlos Murciano titularon como “Corpus Christi”. La voz, el aliento y la humildad de Jesús determinan el prodigio. Tres verbos lo describen: bendecir, partir y repartir. Y de pronto el pan se convierte en signo que significa y realiza para siempre la despedida del amante y el testamento del amor.
EL MANÁ Y EL PAN
Quienes han visitado la Tierra Santa recordarán la hermosa iglesia que, cerca de Cafarnaúm, recuerda que Jesús alimentó a una enorme multitud con unos panes y unos peces. A los pies del altar se encuentra un famoso mosaico de fines del siglo V. Dos peces flanquean un canastillo en el que pueden verse cuatro panes.
¿No eran cinco los panes multiplicados por Jesús? Siempre hay alguien que observa y pregunta. Ante el asombro de los peregrinos, el guía suele apuntar hacia la mesa del altar. No falta nada. El quinto pan es el cuerpo de Cristo, que se parte y se reparte como alimento para el camino y como signo de su entrega.
Cerca de allí, en la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús explicó el signo. Resultó escandaloso para todos escuchar que se presentaba a sí mismo usando la imagen del maná que alimentara a Israel en el desierto: “Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron. El que come este pan vivirá para siempre”.
EL PAN Y LA VIDA
Inmediatamente antes, Jesús se había presentado con una de esas frases que evocan la presentación de Dios a Moisés: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Un triple mensaje en el que se entrecruzan los tiempos y la historia.
• “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. Una mirada a un pasado cercano. Como el antiguo mana también Jesús ha venido de Dios. Él es el pan definitivo. El don de Dios para el hambre de los hombres. Para esa hambruna de sentido y de armonía que no logra saciar ninguno de los bienes de este mundo.
• “El que come de este pan vivirá para siempre”. Una mirada a un futuro que se asoma al horizonte de la persona y de la historia. La vida es un tesoro. Como el amor y la alegría, la vida reclama duración y permanencia. El pan de Jesús es su palabra y es su cuerpo. En él se garantiza una vida sin ocaso.
• “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Una mirada que se detiene en el presente, en el que se fraguan las opciones. El pan del Señor nos alimenta y nos alienta. Nos une y nos reúne en familia de amor y de proyectos. Nos despierta a la vida y abre nuestros ojos a una fraternidad nueva y responsable.
- Señor Jesucristo, que te entregas a nosotros en los signos del pan y del vino, agradecemos tu entrega y tu presencia y te pedimos que nos ayudes a sentarnos a tu mesa con sincero ánimo de hermanos. Amén.
José-Román Flecha Andrés
Universidad Pontificia de Salamanca
Fotografías cecidas generosamente por Sergio Salinero y Heliodoro Ordás.