14 febrero 2024

Cuaresma 2024 - Tiempo de reflexión, de oración y de Caridad

 

Fragmentos del mensaje del Santo Padre Francisco y Fray Enrique Mora, O.D.M. para la Cuaresma de este año del Señor de 2024: 

“Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud” (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido. 

Esto implica una lucha, que el libro del Éxodo y las tentaciones de Jesús en el desierto, nos narran claramente. A la voz de Dios, que dice: “Tú eres mi Hijo muy querido” (Mc 1,11) y “no tendrás otros dioses delante de mí” (Ex 20,3), se oponen de hecho las mentiras del enemigo. Más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira. Es un camino trillado. Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán.”

El pasado domingo 11 de febrero de 2024, a escasos días del inicio de la Cuaresma, unos cuantos cofrades de la Hermandad de Jesús Despojado de Salamanca tuvimos la oportunidad de escuchar la homilía que el Director Espiritual de la Hermandad nos dedicó con motivo del XII Aniversario de la Bendición de la Sagrada Imagen Titular de la corporación. Una homilía, cuyas palabras, bien podrían considerarse - al menos por lo que a mí respecta - como un auténtico prólogo y complemento de las que nos dirige el Papa Francisco en su Mensaje para la Cuaresma de este 2024. 

Decía Fray Enrique Mora al inicio de su explicación que “ese día la imagen dejó de ser con su Bendición una simple obra de arte de autor y de taller, en lo que tanto se fijan las miradas del mundo, transformándose nada menos que en un icono encarnativo del rostro de Cristo. Y ahora, cuando miramos al Cielo, cuando oramos, cuando meditamos, cuando queremos traspasar con el alma el arcano de lo trascendente, esta imagen se hace vehículo que nos traslada al misterio de Dios. Y seguidamente añadió: “Pero aún nos queda pasar del frikismo de la cerviz del costal a la piedad de doblar la rodilla del cuerpo y con ella la del alma. Una hermandad que basa en la fuerza del costal para atraer hermanos y cuotas es igual al matrimonio que se basa solo en la atracción, en el flechazo y en el amor romántico.”  

Quizás, para que no caiga toda la culpa, toda la responsabilidad, en la noble causa del costal y del martillo, podríamos hacer extensivo ese frikismo imperante a otros males que conviven en nuestras hermandades y cofradías y que, bajo el capirote, capuchón o antifaz, esconden otros pecados, otras “tentaciones” que nos llevan por el “camino trillado”. El ego, esa necesidad de demostrar que somos más y mejores que los demás; ese afán de superioridad y de seguridad que tanto usamos para tapar nuestras mediocridades, nuestras carencias, nuestros despojos y, por qué no decirlo, nuestra más absoluta ignorancia, dejadez y falta de responsabilidad y compromiso. Pecados como la falta de humildad, la hipocresía, la vanidad, la envidia o el rencor, nos incapacitan para vivir en fraternidad y si en un enfrentamiento y divisiones constantes, impidiendo que “la presencia imprevista de los vientos y las aguas que siempre han de venir, hagan que el edificio se derrumbe como un castillo de naipes”. O, para que se me entienda, que nos imposibiliten para pasar del “Cristo de autor al Cristo de devoción”, al “Dios es Amor”. 

Sin embargo, - continua el Santo Padre - existe una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira. Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven (cf. Sal 115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo. ¡Benditos esclavos y despojados del mundo! 

“Que lo primero sea antes” decía el Padre Enrique Mora, es decir, “hay que ir dando pasos, con criterio, con exigencia, según la ley – estatutos y reglamentos - de los que nos hemos dotado.” Porque unos nos pasamos la vida protestando, quejándonos, desalentados por todo y por todos y luchando contra un poder establecido mientras que éste permanece apoltronado en la teoría victimista del “todo vale, todo está bien o me siento como Robinson Crusoe” y sin darnos cuenta de que es una batalla perdida y más si utilizamos las armas erróneas. Y otros, muy al contrario, “se han convertido en una cuchipanda de amigos, en unos meros fantoches donde la exaltación de la amistad les conduce al ridículo de lo chabacano porque no hay una fuerza interna para poner negro sobre blanco hasta en los pequeños detalles, que es donde se nos ve.”

En definitiva, concluyo con estas palabras de Esperanza y compromiso del Papa Francisco: “Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. 

En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión, entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de creatividad; el destello de una nueva esperanza. Quisiera decirles, como a los jóvenes que encontré en Lisboa el verano pasado: “Busquen y arriesguen, busquen y arriesguen.”

Mi agradecimiento al Santo Padre, el Papa Francisco, y a Fray Enrique Mora, Comendador de la Orden de la Merced de Salamanca. ¡Feliz Cuaresma a todas y a todos!