Aquella era mi II Muestra de Marchas Procesionales que organizaba "Rincón Cofrade" en Salamanca. Nada hacía presagiar que la fecha del 19 de Marzo de 2004, elegida para poner en valor el trabajo de las formaciones musicales salmantinas, iba a tener un sabor amargo, triste, doloroso. A penas una semana santa, el 11 de Marzo, España vivía el peor atentado de su historia. Y quienes formábamos parte por entonces de aquel grupo de cofrades unidos en torno a Tito Aparicio (El Salón de El Café, Banda de la Piedad,...) decidimos ofrecer el certamen a las vícitimas y familiares afectados por aquella barbarie.
Tuve, como en otras ocasiones, la oportunidad de presentar el acto, cuya introducción dediqué íntegramente a trasladar como viví y sentí esta sin razón que el próximo martes cumplirá diez años. Un relato tal vez largo (recuerdo como el payaso de turno tuvo el valor de mofarse del mismo; ya sabemos que hay quien ni naciendo de nuevo tiene remedio) que hoy quiero compartir contigo y con todos aquellos que allá dónde se encuentren, tuvieron que sufrir y seguro que sufren, las consecuencias de algo que tal vez se pudo haber evitado. Decía así:
HOMENAJE A LAS VICTIMAS DEL ATENTADO DEL 11-M
Cuando aún no había terminado de salir el sol, un sonido sordo, extraño, alarmante, iba a ser el preludio de una jornada marcada por el terror y la masacre, una jornada que marcará nuestra vida para siempre.
A eso de las 7.40 sonaron dos tremendas explosiones que hicieron temblar las paredes de los edificios colindantes, vibraron los cristales, rompiendo la tranquilidad de quienes aún dormían. Los que se asomaron a la ventana frente a las vías del tren, sólo pudieron observar una inmensa bola de negro humo. Al abrirlas, el olor a plástico quemado contaminaba el aire y los quejidos, los leves pero profundos lamentos, penetraron en sus oídos. Al disiparse la nube de humo, contemplaron atónitos un tren rojo de cercanías destrozado. Tres enormes boquetes se habían convertido en el foco del horror transformándolo en un amasijo de hierros.
Seis vagones abarrotados de trabajadores, estudiantes, de hombres y mujeres, de jóvenes y niños de aquí y de allá, habían sido el objetivo de los cobardes fundamentalistas. Decenas de viajeros atontados y ensordecidos por el ruido, abandonaban el convoy despavoridos y aterrorizados. Los que podían, caminaban aturdidos por las vías haciendo círculos, sin control, rumbo a la estación. Después, se hizo el silencio.
El tren había partido de Alcalá de Henares para cumplir su designio de llevar a varios cientos de ciudadanos hasta la madrileña estación de Atocha y desde aquí a sus centros de trabajo, institutos, colegios, ... Faltaron escasos 800 metros.
Los supervivientes, cuyas heridas revestían menos gravedad, deambulaban de acá para allá, móvil en mano, incapaces de marcar. Una ciudadana rumana intentaba hablar con su patrona, apenas se le podía entender. La sangre le caía por el rostro tiñendo el teléfono de rojo. ¡Qué alguien me ayude, estoy aquí!, gritaba desesperada entre sollozos.
La vía se había convertido en un reguero de cadáveres. Al lado de uno, otra mujer tiritando medio desnuda, pues su ropa estaba destrozada, intentaba pedir ayuda. Sentados en el suelo, junto al muro que separa las vías de la calle, los heridos cubrían la cara con sus manos, sacando pañuelos para limpiarse, procurando socorrerse unos a otros, mirando al vacío. Frente a ellos, los vagones y sus boquetes, sus entrañas de aislante amarillo rozando la catenaria. De vez en cuando un grito desesperado rompía el silencio, porque nadie apenas hablaba. Solo se escuchaba el sonido de las sirenas y las órdenes de los bomberos y sanitarios.
Nadie intentaba ocultar la auténtica atrocidad que se estaba viviendo. Allí, inertes, inmóviles, asomaban los cadáveres. Uno invertido, otro boca abajo, más allá varios mutilados. Nadie sabe cuántos podía haber. Nadie entraba a buscarlos. Sólo los supervivientes saben los momentos que allí se vivieron.
El Pozo del Tío Raimundo, en el Vallecas más modesto, iba a ser testigo de una infamia similar, introduciendo a sus vecinos en un mal sueño, sin preguntar...
A las 7.39, con el tren atestado de viajeros, dos bombas hacían saltar por los aires dos vagones. El apeadero de El Pozo iba a convertirse en el final del trayecto de más de 60 vidas inocentes.
Las escenas eran horrorosas. Una de ellas da idea de la potencia brutal de las bombas. Arriba, sobre la quebrada marquesina del apeadero, permanecía inmóvil el cuerpo de un viajero. El sonido de los teléfonos móviles tirados por los vagones no cesaba de sonar. Los familiares de los muertos llamaban... Todo estaba lleno de ropa resquebrajada, quemada. Los bolsos y papeles cubrían cadáveres y asientos calcinados. Era impresionante.
Un hombre pedía ayuda para su compañero de asiento, pero no se podía pasar porque estaban atrapados por los hierros; en el interior del tren nada se podía hacer. Las víctimas de la explosión estaban aturdidas, una gran parte con cortes y magulladuras y los más graves, inconscientes.
Este barrio, fundamentalmente obrero, volvería a dar muestras evidentes de apoyo y solidaridad. Los vecinos sacaron sus mantas para abrigar a los heridos y cubrir los cadáveres. Más tarde llevarían agua y comida para los infatigables bomberos y enfermeros.
Pero los terroristas aún guardaban una tragedia más. Habían colocado una mochila con más de 10 kilos de explosivos que hizo volar por los aires uno de los vagones centrales del tren de cercanías que hacia las 7:45 se aproximaba a la Estación de Santa Eugenia. Las escenas de dolor, angustia e impotencia se sucederían en las horas siguientes.
La densa columna de humo impedía ver en un principio lo que estaba ocurriendo. En la mezcla de hierros en que quedó convertido el tren, se agolpaban cerca de una veintena de cadáveres. Estaban todos ennegrecidos por la explosión. Los supervivientes, llenos de sangre en sus cuerpos, chillaban de dolor por lo que estaban sufriendo. Los andenes y vías daban cobijo a heridos y muertos.
Las escenas eran espectacularmente duras. Algunos cadáveres pendían de las puertas, había que esquivarlos para acceder a socorrer a los heridos, que sangraban por la cabeza, por los oídos. Estaban todos manchados y con la ropa desgarrada.
Alrededor de 1500 heridos y 202 muertos es el balance de víctimas de esta masacre hasta el momento. Cientos de familias destrozadas, (mujeres, maridos, hijos, padres, hermanos, amigos, ...) se preguntan por qué a ellos. Peregrinaciones a los hospitales en busca de sus seres queridos, buscando una esperanza que en algunos casos no llegó nunca, dando paso al desaliento.
El Pabellón Nº 8 del recinto ferial Juan Carlos I se convertiría en una improvisada morgue. Allí llegaban familias abatidas, con alguna esperanza, pero el drama pronto se adueñaba de la situación, dando paso a esa sensación de frío que estremece el cuerpo cuando sientes el vacío de perder a un ser querido.
Los más de 500 profesionales trataban de auxiliar a los familiares, de poner orden dentro del caos, de configurar una lista con los cadáveres identificados. Muchos de los psicólogos se contagiaban de la ansiedad de los familiares.
En definitiva, una pesadilla se había adueñado de todos los hogares de España, mostrando el lado más cruel del terrorismo. El 11 de Marzo de 2004 quedará marcada en negro en la memoria de los ciudadanos españoles. Unámonos esta tarde en oración por las víctimas, y valga para ello la siguiente elaborada por los Obispos Españoles.
Dios todopoderoso y eterno,
de infinita misericordia y bondad,
con el corazón apesadumbrado, acudimos a Ti.
Escucha nuestra oración,
ten misericordia de nuestro pueblo,
atiende las súplicas de quienes te invocan
en esta hora de tribulación y de prueba.
Te pedimos, Dios de la vida,
por las víctimas mortales
de los brutales atentados del 11 de marzo.
Son hijos tuyos; son hermanos nuestros.
Nunca debían haber muerto en estas circunstancias.
Padre Nuestro, acógelos en tu seno.
Atiende nuestra oración, Dios de la salud,
por los heridos de esta masacre.
Sana sus heridas, fortalece sus corazones,
llénalos de tu gracia y de tu paz.
Visita, Dios consolador,
a los familiares de las víctimas.
Son también inocentes.
Reviste con tu manto de misericordia y de amor
las llagas de su corazón y de su alma ateridos.
Te pedimos, Señor de los pueblos y Rey de las naciones,
por España y por todos los pueblos que sufren
el zarpazo de la violencia y del terrorismo.
Príncipe de la Paz, Señor Crucificado,
Jesucristo Resucitado,
compadécete de nosotros,
intercede por nosotros.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra,
Salud de los enfermos, consoladora de los afligidos,
reina de la Paz y de la familias.
Ruega por nosotros.
Amén
No quiero olvidarme de quienes convirtieron sus plegarias y oraciones en música procesional. Esa música que tanto nos acompaña en nuestras Estaciones de Penitencia cada Semana Santa. Gracias, por tanto, al Trío Musical Christus, a la A.M. Oje de Salamanca, a la desaparecida Banda de CC.y TT. "Salmantina La Vega, a la A.M. "Cristo Yacente", a la A.M. "La Expiración" y a la Banda de CC. y TT. "Nuestra Señora de la Piedad".